Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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Libros desiertos

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Hay una pregunta muy vieja que aún sigue haciéndose pese a haber pasado radicalmente de moda. Antes se formulaba más, sobre todo en esos cuestionarios tipo Proust que tanto les gustaba hacer a algunos periodistas. Consta solo de ocho palabras y se expresa así: ¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?

La gente suele responder 'El Quijote', 'Hamlet', la Biblia, los poemas de Whitman o cualquier libro que particularmente les entusiasme. Incluso he llegado a leer respuestas atrevidas en las que el entrevistado proponía, sin el menor asomo de vergüenza, llevarse un libro que él mismo había escrito. La idea de que una isla es un lugar aburrido en el que uno necesita entretenerse justifica, para toda esa gente, llevarse un buen libro que les ayude a soportar las incontables horas sobre la arena. Pero las islas no son lugares aburridos. De hecho, hay libros infinitamente más aburridos que las islas, por lo que propongo que, a partir de ahora, se reformule la pregunta y pase a quedar así: ¿Qué isla se llevaría a un libro desierto?

Las aguas 
transparentes
de las islas 
merecen ser 
respetadas

Porque, efectivamente, hay libros tan desiertos que necesitan de forma urgente una buena isla en su interior para mejorarlos. Si uno se pasea una tarde por las librerías, encontrará, colocados sobre una mesa alargada, novelas y ensayos tan desiertos que no estaría mal que alguien colocara en ellos palmeras, aguas transparentes, rocas puntiagudas y una decena de nubes blancas.

Y usted, ¿qué isla se llevaría a un libro desierto? Piénselo bien. ¿Cuál es el último que ha leído al que le falta la alegría de los cocoteros o una buena tormenta que arrastre hasta la costa fragmentos de barcos hundidos y hasta el cuerpo sin vida de un marinero con fotografías empapadas de su novia en el bolsillo?

Textos depoblados

Dejemos de considerar a las islas como lugares inhóspitos a los que hay que llevar distracción y empecemos a ver ciertos libros como textos despoblados. ¿No es acaso la isla Siroktabe, en Indonesia, mucho más amena que las insoportables páginas de miles de escritores? ¿No son sus animales salvajes, sus arrecifes y sus peces naranjas de boca gigante más emocionantes que la pedante narrativa de algunos autores?

Por favor, que, a partir de ahora, ningún periodista vuelva a formular esa pregunta, porque las aguas transparentes merecen ser respetadas. Y ustedes, escritores aburridos, dejen de incluir esas anodinas descripciones y coloquen palmeras para evitar que al leerles uno se sienta un delgadísimo náufrago a punto de perecer.