Libre, grande y una

Falta un discurso preelectoral que vinculo la unidad a la libertad y no al revés

Mariano Rajoy, junto a Rafael Catalá, el pasado miércoles en el Congreso.

Mariano Rajoy, junto a Rafael Catalá, el pasado miércoles en el Congreso. / periodico

ALBERT SÁEZ

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Encuentro a faltar en los discursos prelectorales en la dimensión desconocida una propuesta de preservación de la unidad de España desde la libertad, tanto de los ciudadanos como de los territorios. El denostado lema patriótico de “Una, grande y libre” constituye uno de los fundamentos del estado español, tradicionalmente equiparado a una sola nación aunque matizada por las nacionalidades recogidas pero no especificadas en la Constitución de 1978. En este caso, el orden de los factores sí que puede alterar el producto. Es perfectamente comprensible la voluntad de permanencia de un Estado nacido hace más de 500 años. Pero también debería ser asumible admitir que su supervivencia ha tenido momentos más o menos democráticos, no solo en sus orígenes –equiparables a los de cualquier otro europeo- sino también en su expresión más contemporánea. Por ello resultaría interesante que, en la salida del actual atolladero, algún actor político se propusiera construir una nueva versión del nacionalismo español que partiera de la libertad para afirmar la unidad y no al revés. Algunos dirán que nos pierde la estética, pero en el asunto hay mucho más fondo del que aparenta. La concepción de España como una unión libre antes que como una unidad en libertad dejaría fuera de juego a quienes acusan a España de no cumplir con los estándares democráticos en materia de respeto a la pluralidad nacional y cultural de sus territorios y de sus gentes. Haber pasado el estrés test del desafío catalán debería servir para fortalecer antes que para endurecer el discurso nacional español. Y en este caso, la libertad suma fuerza antes que quitarla.

Seguramente, como diría el clásico, a ningún español de bien le han gustado las imágenes del 1-O, ni el Piolín en el puerto de Barcelona, ni la Guardia Civil entrando en Economia, ni los paseíllos judiciales de gobernantes y parlamentarios elegidos democráticamente. No digo que no apoyen la defensa de la legalidad, pero seguro que preferirían evitarse el engorro, por estética y por ética. El Estado ha aplacado el primer embate no violento de su historia, pero debe buscar la manera inteligente de evitar un segundo.