Al contrataque

Leonard Cohen y tú

Cuando conocí la noticia de su muerte me eché a llorar, no dos lagrimitas de emoción, un río de lágrimas que incluso a mí me pareció una exageración

Leonard Cohen.

Leonard Cohen. / periodico

MILENA BUSQUETS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Con Cohen ocurre lo mismo que con algunos otros grandes artistas: pensamos que nos pertenecen. No a la masa en general, no a una generación o a un grupo de personas en particular, a nosotros exclusivamente, a ti y a mí.

Desde que existe Twitter, que es lo primero que algunos miramos en el teléfono cada mañana al despertarnos, la forma en la que recibimos las noticias ha cambiado, ya casi no hay grandes titulares y nunca se está del todo seguro de estar leyendo algo que sea cierto (a decir verdad, tampoco cuando leo la prensa convencional estoy muy segura de que lo que me cuentan sea cierto).

Así que el viernes, al abrir la aplicación, empecé a ver que mucha gente estaba colgando canciones de Leonard Cohen. Primero, todavía medio dormida, pensé que se trataba de una afortunada coincidencia, pero al cabo de un momento me dije: «Ha muerto».

Entré en la página web del periódico para confirmarlo y me eché a llorar, no dos lagrimitas de emoción, un río de lágrimas que incluso a mí me pareció una exageración: grandes sollozos intempestivos mientras me tapaba la boca con la mano para que mis hijos no me oyeran y no pensaran que su madre se había vuelto definitivamente loca.

No recuerdo haber tenido este tipo de reacción con nadie. Ni cuando murió Ingmar Bergman, al que veneré durante toda mi juventud y que me cambió la vida. Hasta el punto de decidir, con 18 años, coger un 'interrail' e irme a Suecia con una amiga para conocerle. Bergman, supongo que para evitar a las pesadas como yo, vivía en Malmö, una isla que era zona militar y a la que solo tenían acceso los suecos, así que no pudimos entrar. Acabamos unos días después en un concierto de los Rolling Stones en Goteborg, dando botes rodeadas de suecos de dos metros borrachos como cubas.

Ni cuando murió Pina Bausch, a la que asalté un día en un hotel de Barcelona y, al ver su cara de estupor, le pregunté si quería que le llevase las maletas, lo que pareció alarmarla todavía más. Ni cuando murió Béjart, a quien debo uno de los momentos de felicidad más radiantes vividos junto a mi madre, las dos cogidas de la mano, en el Sadler's Wells de Londres, viendo a Elisabeth Ros bailar el 'Bolero de Ravel'.

RELACIONES A DOS

No sé cuántas viudas y viudos reales o imaginarios habrá dejado Cohen, me parece que muchísimos (yo, personalmente, lo veía más como a una figura paterna). Creo que todas las relaciones en serio son relaciones a dos, los tríos no funcionan ni en el arte. Siempre es el pintor y tú, el escritor y tú, el hombre al que amas y tú. Cohen te cantaba a la oreja, casi podías sentir su aliento. Cohen cantaba solo para ti.

O para todo el mundo, que en realidad es lo mismo.