El legado de la sinceridad

La transparente declaración de intenciones de Puigdemont sobre su futuro político debería ser un aviso para navegantes imprudentes

JORDI MERCADER

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En tiempos de la política fofa, en el que la mayoría de declaraciones se engordan con obviedades irrelevantes o perogrulladas esencialistas, se agradece una frase como la pronunciada por Carles Puigdemont: “El año que viene no seré presidente”. Está claro pues, antes de acabar el 2017 habrá elecciones autonómicas y el PDECat deberá buscarse un candidato para competir con Oriol Junqueras, el favorito en los sondeos. El actual presidente de la Generalitat hace un favor a su partido al despejarle la incógnita de su continuidad con la antelación necesaria para buscar a un posible perdedor para una convocatoria electoral en la que puede retroceder lo impensable. Él, por su parte, deberá enfrentarse a la debilidad política de quien renuncia a seguir en el poder, eso sí, con la aureola de la sinceridad.

A finales de año, Puigdemont podría haberse convertido en un heroico presidente procesado por haber mantenido contra viento y marea la convocatoria de un referéndum prohibido, asumiendo la inhabilitación correspondiente a la desobediencia; podría haberse transmutado en un denostado presidente derrotado por haber rehuido el choque contra el Estado cuando llegue el momento de la verdad; o podría ser aclamado como un presidente triunfador al haber conseguido la celebración de una consulta pactada que abriera la puerta al futuro de una reforma constitucional de incierto recorrido. Su preferencia por convertirse en expresidente no determina cuál de los tres escenarios vamos a vivir en el próximo otoño, el de las inhabilitaciones, el de las elecciones o el del pacto, aunque debería ayudarnos en el cálculo de posibilidades de cada uno.

DESIDERÁTUM A CORTO PLAZO

El referéndum pactado es un desiderátum a corto plazo, como la independencia por vía de una consulta unilateral, a pesar de la ilusión que despierta en muchas gentes. El primero porque no se dan las condiciones jurídicas y políticas en el conjunto del Estado y el segundo por inexistencia de garantías vinculantes. Nos queda la marcha atrás, impropia de un buen independentista, y el vía crucis de la desobediencia, el más atractivo para los partidarios de la subversión con riesgos penales controlados. La esperanza de que tanta injusticia llene las calles de indignación exigiendo una proclamación de la independencia es lo último que perderán, antes de convocar elecciones.

La transparente declaración de intenciones de Puigdemont sobre su futuro político debería ser un aviso para navegantes imprudentes. Y una inspiración a seguir por él mismo en sus últimos meses en el cargo para sincerarse sobre la realidad y la viabilidad de referéndums, leyes de desconexión y unilateralidades. Llegó al Palau por un accidente parlamentario provocado por la CUP, su gestión de gobierno será tan corta como difícil de precisar, ha anunciado su renuncia porque su indefinición perjudicaba las urgencias de su partido, pero puede dejar un recuerdo imborrable entre los catalanes: haber sido el presidente independentista que contó la verdad sobre los planes de independencia.