GRAN BRETAÑA
Lecciones del 'brexit'
Desde hace unos meses, conservadores y laboristas británicos piden una segunda consulta
Jordi Costa
Profesor de Relaciones Laborales Estratégicas de EADA Business School.
Jordi Costa
Acuerdo “a nivel técnico” sobre el 'brexit', que tiene que ser aceptado por el gabinete británico y luego por el Parlamento, donde a juzgar por las primeras reacciones (Corbyn, Johnson,..) no está nada claro que vaya a ser aprobado. Nada está cerrado aún. No puede descartarse tampoco la celebración de un segundo referéndum, sometiendo el acuerdo a la decisión de los ciudadanos. Todo un despropósito.
Cameron planteó el referéndum acerca de la salida de la Unión Europea, como ya hizo con el de la independencia de Escocia, guiado más por motivos electorales y demoscópicos que por convicciones políticas, priorizando intereses cortoplacistas sobre las consecuencias a largo plazo. El 'brexit' obtuvo el 52 % de síes, frente al 48 % de noes. Un estrecho margen para tomar una decisión que cambia el 'estatus quo' radicalmente. El padre de la soberanía popular, Jean Jaques Rousseau, argumentaba que las decisiones de gran trascendencia, y el 'brexit' lo es, deben tener el respaldo de una mayoría muy cualificada.
Conservadores y laboristas piden una segunda consulta
La elección del Gobierno puede tener consecuencias muy negativas. Sin embargo, cada cuatro años (cinco en el caso británico), unas nuevas elecciones pueden revertir la situación. No sucede lo mismo con asuntos como la independencia de Escocia o el 'brexit', que además de afectar a la soberanía, son decisiones de muy difícil retorno.
Desde hace unos meses, conservadores y laboristas británicos piden una segunda consulta. Según una reciente encuesta de 'Sky News', la mitad de los británicos la apoyaría. El día 20 de octubre una manifestación de más de 650.000 personas la exigía para aprobar un eventual acuerdo británico con la Unión Europea.
Sería paradójico que la campaña sobre un segundo referéndum desatara análisis más profundos acerca de las consecuencias del 'brexit', que los efectuados en la campaña del primero, aunque más vale tarde que nunca. Ejercer la democracia directa es atractivo, pero no es lo mismo tomar decisiones que el ciudadano puede entender fácilmente que otras mucho más complejas. Estas son pasto del uso interesado de las emociones, máxime en nuestra híperconectada sociedad de la inmediatez, que facilita que estas sean mediatizadas por una campaña en la que, la información técnica y compleja, por tanto pesada y farragosa, ceda ante una más ligera apelación a mensajes simples y toques de efecto, lo que tiene poco que ver con la democracia. La democracia directa precisa más información y análisis que simple emoción. Esta puede ser una primera lección del 'brexit'.
En caso de que se planteara un nuevo referéndum para aprobar el acuerdo de salida, sería conveniente releer a Rousseau y comprender que la ruptura del 'status quo' en cuestiones tan trascendentes requiere del respaldo de una mayoría cualificada y no de la diferencia de un solo voto. Esta sería la segunda lección.
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