El auge de la pobreza

Laura y la familia errante

La crisis y las medidas fiscales han reforzado las desigualdades, que se hacen cada vez más visibles

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JOSEP Oliver Alonso

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Una vez iniciados los inevitables ajustes fiscales, ahora hay que centrar el debate en el reparto de sus costes. Las primeras medidas (elevación del IVA, congelación de pensiones y reducción de salarios e inversión pública) sesgan el esfuerzo hacia las capas sociales medias y bajas. Y, por ello, sería conveniente que los presupuestos incluyan una ampliación de la base sobre la que recae el sacrificio. Gran Bretaña sugiere el camino: elevaciones en el IRPF y en la tributación de las plusvalías y otras rentas del capital o reconsideración del trato fiscal de las SICAV, por ejemplo, y mejoras en el trato fiscal para las pymes, las creadoras de empleo. En todo caso, como espero que esta discusión emerja el próximo otoño, no es mi interés entrar en materia antes de tiempo. Pero, relacionadas con aquel reparto y al albur de otras consecuencias de la crisis, quisiera hacer llegar un tipo distinto de reflexiones, aparentemente alejadas de los graves problemas que afrontamos.

Hace meses vengo observando en mi barrio, Sant Andreu del Palomar, en Barcelona, una creciente presencia de hombres y mujeres escarbando en los contenedores de basura. Con un metódico proceso, toman una bolsa, extraen algo que puede ser de utilidad y vuelven a colocarla en su sitio, pasando a continuación a otra y, así, hasta finalizar la inspección. Su perfil exterior es muy diverso. Pero en ningún caso se esperaría, a la luz de su apariencia, que sus necesidades fueran tan básicas y perentorias.

A este colectivo se ha añadido, estos últimos días, el de una joven pareja, con una pequeña, ¿o pequeño?, de pocos meses en brazos de la madre, recogiendo chatarra, de forma también muy profesional, trajinando un carrito donde la atan para su mejor transporte. Observando esta familia, el cuidado con el que apilan el metal, la ayuda de esa madre con el carro en una mano y el niño en brazos, el trabajo meticuloso de su compañero analizando cada contenedor, tuve la certeza de que nos estamos equivocando. Que el héroe, los héroes, de esta crisis son, como siempre, los de abajo, comoCarlos Fuentesquiso titular una de sus obras más conocidas. Que hay que tener mucho coraje para tirar adelante, con perspectivas de avance social nulo, luchando solo por la más estricta supervivencia. Y que los héroes modernos, por ejemplo nuestros futbolistas de los mundiales embolsándose 600.000 euros por barba, no lo son.

Contemplando aquella niña, ¿o niño?, en los brazos de esa joven, con el calor abrasador de las tres de la tarde de un día de finales de julio en Barcelona, las preguntas se me agolpan. ¿Tienen cobijo decente? ¿Cómo acunan al bebé? ¿Qué alimentos recibe? ¿Cómo lo bañan? ¿Tienen alguien que les apoye? ¿Qué les depara el futuro? ¿A dónde se dirigen? Viéndolos desaparecer calle abajo, sin ruido ni aspavientos, se refuerza mi convicción de que una sociedad avanzada no puede, no debe, permitir esas desigualdades, y, entre ellas, la de oportunidades. Porque esa niña, ¿o niño?, ya está en la vía equivocada, aquella que lleva al fracaso escolar, la pobreza y, finalmente, la marginación. Porque lo que importa es el futuro. Y al de esa niña, ¿o niño?, poco o nada podrán aportar sus padres.

No se argumente que se trata de una situación extrema. Que lo es. Pero problemas que se asemejan a este, con intensidades dispares, los tienen muchas de nuestras familias, enfrentadas a los estragos de una crisis que no provocaron, a la ruptura de expectativas de sus jóvenes, y no tan jóvenes, y al descubrimiento de un horizonte sombrío para sus hijos.

A la luz de esta nueva realidad, mis preocupaciones macroeconómicas me parecen menos relevantes. O, en todo caso, si continúan siendo importantes es porque deberían tener traducción positiva en la vida de esos millones de personas, en sus perspectivas de futuro, en la educación y el trabajo de sus hijos. En fin, en la vida misma de nuestra sociedad y de los valores sobre los que deseamos construirla y reforzarla.

Quizá sea mi nietaLaura,la hija de mi hija, no hace mucho recién estrenada en el mundo, la que me empuja a contemplar la realidad desde otro ángulo. Jugando con ella, viendo todo el cuidado que recibe y adivinando el apoyo, de todo tipo, que se anticipa para su futuro, las desigualdades, en especial, la de oportunidades, me parecen menos aceptables que nunca. Por ello, es importante que los próximos presupuestos del Estado incluyan medidas que afecten más a aquellos que más tienen. Que reequilibren, siquiera sea de forma modesta, los estragos de la crisis.

Escribo estas líneas al atardecer, cuando, con la aparición de las primeras sombras de la noche, la pobreza desaparece, regresa a su cubil, silenciosa como siempre. Pero, aunque no la veamos, está ahí, sufriente, desesperanzada y, en especial, heroica. Nuestra economía no está bien, pero ello no significa que, al amparo de la situación actual, abandonemos el esfuerzo en pos de una sociedad más igualitaria, con una creciente igualdad de oportunidades. Una salida de la crisis que olvide qué sociedad futura deseamos, será una salida en falso. Al menos para mí.

Catedrático de Economía Aplicada (UAB).