DOS MIRADAS

El latido de un legajo

EMMA RIVEROLA

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Esta semana han llegado a Catalunya 549 legajos del archivo de Salamanca. La palabra legajo se antoja un tanto aburrida. Evoca imágenes de sellos oficiales y olor de papel antiguo. Pero entre los pliegos confiscados de la guerra civil se esconden palabras exaltadas y ruegos susurrados, soflamas y trámites, ilusiones y desganas. Y, por encima de todo, las vidas silenciadas de los que ya no están.

Son muchos los latidos que duermen en el archivo de Salamanca. Entre ellos, los pulsos titubeantes e ingenuos de los niños de la guerra. Pálpitos impregnados de tinta donde cada frase es un directo a la indiferencia. Son cartas escritas desde la URSS dirigidas a unos padres que se quedaron en España. Líneas que nunca llegaron a su destino, interceptadas por la Falange. Renglones escritos con letra de niño, grandota y desigual, tropezados de faltas. Hojas de cuartilla con borrones y dibujos. Con frases infinitas sin el respiro de una coma: nos dan pan blanco y mantequilla y llevo pantalones largos y me han pelado a lo mocho y por las noches lloro y cuando queráis ya podéis venir a buscarme. La infancia de esos niños se perdió entre las letras. Ellos no pudieron abrazar a sus padres hasta 20 años más tarde. Pero sus miedos, sus ilusiones y sus vidas siguen palpitando en los papeles.

Quinientos cuarenta y nueve legajos regresan a Catalunya. Infinidad de latidos vuelven a dormir en casa.