25 años de la caída del muro de Berlín

Las 'revoluciones' de 1989

El final del comunismo se produjo por suspensión de pagos de los estados de la Europa oriental

JOSEP FONTANA

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La conmemoración del 25º aniversario de la apertura del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, dará lugar sin duda a que se repitan las evocaciones de las supuestas revoluciones de 1989 que habrían sido la causa del «fin del comunismo» en la Europa oriental. Lo que ocurre es que no hubo tales revoluciones, y que lo sucedido podría definirse mejor como un cierre del negocio por suspensión de pagos de los gobiernos de las llamadas democracias populares.Porque hay que tener en cuenta que el mantenimiento de los países de la Europa oriental tenía un alto coste para la Unión Soviética, que estaba financiando no solo el funcionamiento de sus gobiernos sino también su protección militar y en buena medida el nivel de vida de sus ciudadanos a través de unos créditos a bajo interés que no se devolvían y de precios especiales para los suministros de petróleo y de gas.

Este coste resultaba difícil de sostener para una economía soviética en crisis, de modo que, dentro de sus proyectos de transformación del sistema, Gorbachov quiso implantar nuevas reglas en las relaciones entre los países socialistas, a los que se les ofrecía el fin del control político -cada nación tiene el derecho a escoger su «propio camino de desarrollo social», sea el del socialismo o el del capitalismo, había manifestado en 1987- a cambio de unas nuevas relaciones económicas en las que los intercambios se harían en las condiciones y precios vigentes en el mercado mundial.

Gorbachov, que esperaba empujar a estos países por el camino de las reformas que él había emprendido en la Unión Soviética, que acabaron finalmente en el desastre, no se daba cuenta de que aquellos dirigentes, y en especial los de unos países que habían contraído grandes deudas con Occidente, como Polonia y Alemania del Este, no iban a poder subsistir en esas condiciones (la RDA estaba al borde de la quiebra, sin capacidad para hacer frente al pago de los intereses de su deuda exterior).

La noche del 9 de noviembre, cuando se produjo la apertura del muro, nadie pensó en Moscú que mereciera la pena despertar a Gorbachov para comunicárselo. Al día siguiente los gobernantes del Kremlin, que ya habían pensado anteriormente en derribar el muro, se limitaron a aconsejar a los alemanes que no adoptasen medidas violentas de represión. No había motivo para sorprenderse, porque el desmantelamiento del sistema había comenzado antes. En Polonia los soviéticos habían alentado las medidas reformistas del general Jaruzelski, quien contaba también con el apoyo del presidente estadounidense George H. W. Bush, que pasó por Polonia en julio de 1989, en un viaje por Europa. Bush, que desconfiaba de Walesa, explica en sus memorias que tuvo que convencer a Jaruzelski para que aceptase la presidencia de la república. «Era irónico -escribe- ver a un presidente norteamericano tratando de persuadir a un dirigente comunista de que aceptase un cargo».

En Hungría el comité central del Partido Comunista había elaborado ya en febrero de 1989 el proyecto de una constitución con elecciones libres y multipartidismo, e inició conversaciones con la oposición en una mesa redonda que fijó las bases para las elecciones de 1990. En Bulgaria, donde el movimiento reformista no empezó hasta fines de 1988, la embajada soviética colaboró en la tarea forzando a Todor Zhivkov, que llevaba 35 años como secretario del Partido Comunista, a dimitir el 10 de noviembre de 1989.

En Checoslovaquia fue la certeza de que los soviéticos no iban a prestarles ayuda si lo que hasta entonces eran simples manifestaciones estudiantiles se complicaba lo que decidió al partido a emprender unas negociaciones con el Foro Cívico, de las que salió un Gobierno de coalición.

Solo en Rumania, donde Ceausescu pretendió mantenerse en el poder por la fuerza, hubo episodios de violencia que asustaron a los norteamericanos, que temían que la agitación se extendiese por los Balcanes, de modo que no se les ocurrió otra cosa que pedir a los soviéticos que interviniesen con sus tropas para controlar la situación. Shevardnadze, ministro de Exteriores de la URSS, a quien el embajador norteamericano en Moscú le formuló esta petición, replicó que era una estupidez y se negó a mezclarse en estos asuntos.

Ni en Rumanía, donde el Consejo del Frente de Salvación Nacional estaba presidido por un antiguo miembro de la nomenklatura comunista, ni en ninguno de los otros países de la Europa del este se puede hablar de revoluciones, aunque los acontecimientos estuvieron acompañados por grados diversos de agitación popular. La verdad es que fue el fracaso económico de la Unión Soviética lo que liquidó el sistema, obligando a sus dirigentes a pactar su desguace.