Los juegos lingüísticos del mensaje político
Las palabras y las cosas
Ahora que llegan elecciones se multiplicarán las demostraciones de mal uso deliberado del lenguaje
Pere Vilanova
Catedrático emérito (UB).
PERE VILANOVA
El título del artículo remite a una obra en la que el intelectual francés Michel Foucault exploraba la naturaleza de las ciencias humanas y sociales, y en este campo, la lingüística juega un papel central. La lengua, no tal o cual lengua, sino el lenguaje es la herramienta principal de relación entre las personas y su uso debería ser relativamente instrumental: decir cosas para comunicarnos los unos con los otros, para bien (para expresar la amistad o el amor) y para mal (lo que dicen muchos aficionados al ftbol al árbitro o a los jugadores del equipo rival). Y hay que ver lo mal que usamos el lenguaje.
Para empezar, un dilema. ¿Cómo es que la palabra democraciaconserva todo su prestigio, su sentido positivo (sobre todo cuando no lleva apellidos como popular, orgánica, etcétera)? Y, en cambio, ¿por qué la palabra políticaacarrea tanto desprestigio. Por cierto, la gran divulgadora de tal desprestigio es… la propia clase política. Hemos oído incontables veces cosas como «esto es una maniobra política», detrás de tal o cual denuncia, judicial o no, «hay intereses políticos», y al final, claro, la vox populi concluye que «todos (los políticos) son iguales». Dejemos para otro día la tesis -muy fiable-de que los políticos, en democracia, son más o menos como el promedio de la sociedad, aunque están más expuestos a los medios y tienen más visibilidad. Vayamos a la reflexión de cómo, ahora que se acercan las elecciones, se multiplicarán las demostraciones empíricas del mal uso intencionado del lenguaje, y no solo entre políticos.
Para empezar, se está acelerando el deporte de «no pactaré con nadie, porque salgo a ganar». Bueno, pero pronto tendremos ayuntamientos y parlamentos tan fragmentados que ningún partido estará en condiciones de gobernar solo, y para hacerlo se necesitarán acuerdos a tres o a cuatro. Y entonces, ¿iremos a las hemerotecas o a Youtube? Otro candidato «desafía» a fulanito o menganito a no pactar con Podemos, Ciudadanos o el último de la fila. Pero en democracia, precisamente, un Parlamento fragmentado nos muestra que los electores -sin ser necesariamente conscientes de ello- están diciendo a los políticos: «Y ahora, pónganse de acuerdo y hagan su trabajo».
Otra muestra. Felipe González dice que está en contra de que los imputados no puedan estar en candidaturas o tengan que dimitir si llega la imputación «porque eso sería aceptar que los jueces hagan las listas electorales». ¡Increíble! Él sabe que eso no es cierto, es decir, falta a la verdad. Hasta llegar a la imputación de un ciudadano, político o no, el juez y el fiscal han de respetar una larga lista de garantías procesales, derecho a la defensa, recursos y contrarecursos (pueden preguntar a los jueces Castro y Ruz) mientras que las direcciones de los partidos andan mucho más sueltas a la hora de confeccionar sus listas electorales. Cerradas y bloqueadas por cierto. ¿Cómo se puede comparar? Luego viene el tema de la presunción de inocencia. No cabe la dimisión hasta que haya sentencia, firme por supuesto. ¿Cuántos años tarda eso? ¿Cuánto la instrucción de la trama Gürtel? El caso Juan Guerra, por cierto, empezó en 1990. Fue condenado en primera instancia en 1995, y el caso llegó en amparo al Tribunal Constitucional en el 2001. Ignoro si además se paseó hasta Estrasburgo, de modo que hablamos de quinquenios o decenios.
Pasemos por alto la versión más pobre y reprobable de este tipo de fenómeno. El mal uso deliberado de la lengua por parte de un ministro del Interior que vincula del modo más irresponsable yihadismo con soberanismo catalán es una afrenta a la inteligencia colectiva. Por cierto, y el yihadismo de Ceuta y Melilla, se vincula ¿con qué? ¿Ceutismo? ¿Melillismo?
Pasemos a la versión más sofisticada del mal uso deliberado del lenguaje. Uno tiene la impresión de que diversos medios de comunicación tienen una gran preocupación hacia una nueva formación política que no es Ciutadans. Un periodista de un medio muy importante indaga en el alma profunda de esta inquietante fuerza política y nos lleva a la Facultad de Políticas y Sociología de la Complutense, y como prueba de sus sospechas incluye en su artículo, atención, una foto de la puerta de uno de los profesores (¡con un fotoshop de la Guerra de las Galaxias!); una foto de una pintada amenazadora en la planta baja que dice organízate y lucha; y nos descubre que en el programa de dicho profesor «se cita al marxista italiano Antonio Gramsci» y que dicho partido «bebe de su tesis doctoral sobre el posmarxista argentino Ernesto Laclau» . ¡Gramsci y Laclau citados por un profesor en una facultad de Ciencias Políticas y Sociología! Solo le faltaba añadir «se acerca el invierno...». La prueba: ¿de manos de quién recibió Juego de Tronos nuestro Rey?
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