Dos miradas

Las mujeres del Papa

EMMA RIVEROLA

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En una ceremonia donde cada gesto era un símbolo, quedó claro, clarísimo, el glorioso papel que el papado deBenedicto XVIreserva a la mujer. El acto ya se acercaba a su segunda hora. Hasta ese momento, la actuación femenina se había reducido a una breve lectura de un pasaje de la Biblia. Entonces irrumpió en escena un puñado de monjas. Con paso firme se dirigieron al altar, la enorme roca traída de Irán que minutos antes había sido ungida por el Papa. Las monjas, de negro riguroso, se entregaron a la tarea de fregar la superficie oleosa. Frotaban y se agachaban para limpiar las gotas caídas al suelo ante la complacida mirada de 150 cardenales, obispos y el mismo Papa, todos vestidos de blanco, que seguían las labores de limpieza desde una perspectiva más elevada. La imagen daba apuro, sofocaba. Por trasnochada. Por humillante… Por triste. Al fin, las religiosas cubrieron el altar con un mantel que ellas mismas habían bordado y desaparecieron. Su menester había finalizado y debían volver a su sitio. Al anónimo, sombrío y sumiso rincón de la servidumbre, fuera del alcance de los focos.

Es de agradecer la transparencia de la visita papal. Y la claridad de sus mensajes. Además de madres, ya sabemos que somos unascracksponiendo la mesa. Como dijo un comentarista de TV-3, la televisión pública catalana, aportamos esa sensibilidad tan especial que tenemos las mujeres.