Al contrataque

Las fotos

MANEL FUENTES

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El uso desgasta y banaliza. Por más que los abrillantadores traten de convencernos de lo contrario, los objetos, las palabras y hasta las relaciones van perdiendo su cristalina belleza original si no se preservan. La liturgia dilataba el desgaste de algunos procesos, pero hoy, que todo va a toda leche, centrifugado y globalizado, contaminado y compartido, soluble e instantáneo, queda poco espacio para la vitrina y el templo.

Desde que la digitalización de la imagen se convirtió en un arma de consumo masivo, los recuerdos no viven de la misma manera. Hoy las fotos las hacemos indiscriminadamente. Hoy no hay actividad escolar que no se malgrabe con el teléfono móvil aunque luego no se revise jamás. Hoy prima nuestro impulso por retratarnos de cualquier forma como integrantes de la realidad en la que estamos, ya sea un concierto, un monumento, una cena de empresa o un partido de fútbol. Lo que antes requería criterio, encuadre, revelado y exposición doméstica como muestra de algo importante, hoy todavía no está claro para qué lo hacemos.

Lo importante es el momento. Vivir la vida tras la pantalla. Intentar capturarla más que sentirla. Anotarnos 'checs' en las fotos logradas en la gran yincana global de la banalidad. ¿Acaso recuperamos esas fotos? ¿Veremos después todos esos vídeos? Con el afán por grabarlo todo mientras pasa banalizamos nuestra vivencia, y al no seleccionar bien nuestros encuadres ni la trascendencia de nuestras capturas corremos el riesgo de banalizar también nuestros recuerdos. Ya no inmortalizamos nada. Solo tratamos de amortajarlo. Se impone la instantánea compulsiva, y como el instante es siempre, no hay poso ni reposo.

El filtro del corazón

Muchos gozan de la poética de la escasez, de la exclusividad. Otros, desde sus discos duros cargados de canciones que nunca podrán escuchar en su totalidad ni que tuvieran dos vidas, desde sus infinitos archivos de imágenes que tomaron porque sí, lo intuyen. La mejor foto nunca se hizo. Los momentos que te marcan no tienen registro en papel. Por inesperados. Por trascendentes. Porque cuando llegan no queremos romperlos con un posado mientras nos están robando el aliento.

Hay cosas que, cuando nos remueven, nos remueven para siempre. Mirarte con tu pareja cuando nace tu hijo, el abrazo con tu hermano en el funeral de tu padre, el silencio sentido cuando un amigo te comunica que tiene un mal pronóstico. Momentos que marcan, como un viaje en coche o una canción cantada al oído. Recuerdas la cadencia entrecortada de la respiración, la mirada compartida en penumbra. Instantáneas eternas, imposibles de borrar o multicopiar. No están en papel ni en digital. Así que si no lo hacéis todavía, poned ya el filtro. Pero no el de Instagram. Utilizad el del corazón para valorar y atesorar solo lo importante de la vida.