El turno

Las 17 Españas son caras

JORDI MERCADER

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A lgunos políticos del foro madrileño son una auténtica bendición para el nacionalismo gobernante. El nuevo Govern estaba en plena hibernación de su concierto y entonces vienen los que se apuntan a un bombardeo a la mínima ocasión y le regalan la posición más preciada: la de víctima.

El Estado de las autonomías es un malabarismo político de matrícula de honor, solo equiparable en Europa al Estado belga. Es un concepto brillantemente defensivo, nacido de las urgencias y los miedos de la transición, aquel periodo español tan elogiado urbi et orbi, y con razón. La fórmula ha garantizado tres décadas de tranquilidad para el viejo y endémico problema territorial de las Españas; eso sí, a base de exagerar lo que en muchos casos no debería ser otra cosa que una eficaz Administración periférica y de limitar lo que en unos pocos supuestos deberían ser administraciones federadas.

La plasmación del pluralismo lingüístico en el Senado es un despilfarro, según los populares. «Con la que cae», dijoCospedal, exhibiendo desmesura en la argumentación. El Estado de las autonomías no es financieramente sostenible, han venido a decir voces ideológicamente plurales. A muchos más de los que lo han reconocido públicamente, el invento nunca les gustó. Ahora, además, resulta que es caro y algunos se arrancan veloces y alegres a recortarlo. Claro que es costoso tal y como está planteado. Probablemente no lo sería más un Estado federal realista.

La buena voluntad de casi todos ha permitido que el malabarismo político llegara hasta la fecha, asumiendo contradicciones y dando por buenas proclamas cuyo significado no era del todo coincidente. No hay 17 Españas, seamos sinceros; aceptemos que el Estado de las autonomías es una desviación de la idea primigenia: encontrar acomodo a las naciones hispanas en el Estado español. Quizá así podamos soportar el catastrofismo economicista que se atreve con todo y que va a poner a prueba la solidez de los discursos.