Las conquistas del color verde

Era un día claro pero no hacía sol. Salí al balcón para mirar los colores. Es posible que algún lector habitual de esta columna se haya dado cuenta de que tengo interés por los colores. Es posible, también, que este interés se haya acentuado a lo largo de mis viajes a pie, cuando la lentitud obligada me hacía el favor de poder observar lo que me rodeaba. Una sucesión de espacios y de colores.

El hecho es que he vuelto a la máquina de escribir para practicar mi oficio: pensar escribiendo. La última imagen que me había llevado de la calle era la de una planta que había en un balcón. De un verde muy intenso. Y a su lado, un tiesto con un verde mustio. Y ahora estoy escribiendo que los colores son difíciles de definir. ¿Es verde, realmente, el color de la fruta que llamamos 'verde'? Inevitablemente, mi curiosidad se dispara.

Los colores son una demostración de que existe la relatividad. Al menos en nuestro lenguaje. Hablamos de fruta verde, pero no toda la fruta lo es. Cuando compramos verdura- lo pedimos así- no todos los vegetales que nos ofrecen son verdes.

Es curiosa esta expresión popular catalana: 'De més verdes, en maduren'. Es decir, no todo es invariable, podemos tener la esperanza de que lo que nos parece imposible puede estar a nuestro alcance. Una canción castellana dice "verde como el trigo verde" y me parece -no recuerdo el texto- habla del "verde limón".

¿Son verdes los limones y el trigo? No importa, lo que es seguro es que el color verde se ha apoderado de muchos colores y aplicado a una gran diversidad de hechos. Nos entusiasmamos por unos proyectos pero aceptamos que aún están verdes. Y nos lo dicen: "este político todavía está un poco verde, pero la experiencia le hará madurar".

Las novelas son acaparadoras de colores. Hay las rosas, las novelas blancas, las novelas verdes... Lo peor de una novela, o de una persona, es que sea calificada de gris.