Salud y estilo de vida

Las células de Audrey Hepburn

La única prevención es cuidar la dieta, tener hábitos saludables, comportamientos sanos y actividad física, aunque el riesgo cero no existe

Audrey Hepburn en 'Desayuno con diamantes'.

Audrey Hepburn en 'Desayuno con diamantes'.

SÍLVIA CÓPPULO

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Audrey Hepburn tenía una mirada profunda y nostálgica. Su humanidad traspasaba la pantalla. Esbelta y frágil, cautivaba. A los 15 años vivía con su madre en Arnhem, en la Holanda ocupada por los nazis, cuando en 1944 llegó 'el invierno del hambre'. Unas 10.000 personas murieron por falta de alimentos. La Administración alemana había embargado el transporte de comida por ferrocarril. Las temperaturas extremas helaron los ríos no pudiéndose navegar. La gente hervía los bulbos de los tulipanes y solo escasamente llegaba pan sueco. Audrey Hepburn tuvo anemia, enfermedades respiratorias e, incluso, la depresión que sufrió de adulta se atribuye a su desnutrición.

Las situaciones de estrés provocan cambios en las células y les confiere una memoria responsable de que las alteraciones se mantengan hasta la tercera generación. He conversado con Manuel Esteller en el auditorio RBA a raíz de su libro 'No soy mi ADN', que os recomiendo encarecidamente, donde con  ejemplos como el de la actriz, los ratones que cambiaban el color del pelaje con la dieta o la vida dispar de dos gemelos idénticos, explica que nuestros genes solo representan el 10% del genoma

Lo más interesante es comprobar que nuestro estilo de vida y el ambiente que nos rodea modifica orgánicamente quienes somos (y quienes serán nuestros hijos y nietos), impacta en nuestro organismo y puede tener relación directa con la aparición de enfermedades como el cáncer. La buena noticia, a diferencia de lo que ocurre con la genética, es que los cambios son reversibles incluso cuando ya han ocasionado consecuencias en el organismo y el carácter. La única prevención es cuidar la dieta, tener hábitos saludables, comportamientos sanos y actividad física, aunque el riesgo cero no existe, asegura Esteller. Pareciera una respuesta simple por conocida, pero destila sabiduría. No estamos predestinados. La epigenética lo sabe. Así que por nuestra salud, y la que heredarán nuestros hijos y nietos, tenemos el deber de decidir qué vida llevamos a partir de hoy.