El turno

Las batas, inevitables

JORDI MERCADER

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El Govern ha roto con el pesimismo oficial con un esperanzador anuncio para la economía: la industria textil catalana puede prepararse para confeccionar medio millón de batas escolares por curso. Claro que aún no está decidido. Antes habrá que promover alguna medida proteccionista para evitar que este negocio se lo lleven los talleres chinos, y además será imprescindible superar el debate parlamentario sobre el color de las prendas y la conveniencia o no de incorporar un anagrama en el lado izquierdo del pecho. Pero es un primer paso, porque lo que sí es seguro es que el segmento de mercado de la bata blanca va a disminuir considerablemente.

No parece que el regreso de la bata sea una maniobra de distracción respecto de los graves déficits de la educación; tampoco que tenga por objetivo la recuperación del respeto y la autoridad del maestro, ni, por supuesto, actuar como factor de igualdad de los alumnos, que naturalmente no son iguales. La única igualdad en la que merece la pena creer es en la igualdad de oportunidades, y esa no llegará por vestir igual a todos.

Más bien parece cosa de la lógica. Una vez decidido que el país no puede costear la presencia del ordenador en la escuela, la recuperación de la vieja bata era inevitable. Sin portátiles, habrá que volver a la tiza y el encerado como instrumentos básicos para la transmisión del conocimiento. Y el peligro de desarrollar en la pizarra el logaritmo neperiano de 1 es el polvo que se produce al garabatear decimales e incógnitas. En esta perspectiva, la bata entendida como lo que es, un guardapolvo, va a resultar muy útil.

Cosa muy diferente es el uniforme, ese conjunto algo cursi que aún hoy lucen los pobres alumnos de ciertas escuelas privadas con pretensiones elitistas. Eso no va a poder ser para todos, porque es caro y porque siempre se necesitará una bata para evitar que se malogren las bonitas blusas y los polos. Admitámoslo, el uniforme es solo para colegios con ordenadores portátiles.