Rédito electoral

Nueva derecha y recorte de libertades

Los derechos humanos deberían pasar por delante de cualquier ideología y ser intocables

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Gemma Altell

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No deja de sorprenderme cómo compiten algunos partidos políticos por ocupar un espacio electoral cada vez más retrógrado. Seguramente soy, además de feminista, ingenua. Ya en el 2018 hemos conseguido algunas cotas de libertad alcanzadas que ya no deberían ser terreno de debate. Se trata del progreso social -que también existe más allá del tecnológico y del dudoso progreso económico-. ¿No es cierto que nadie se plantearía si debemos volver a la máquina de escribir en lugar de utilizar ordenadores?¿Por qué entonces las propuestas políticas que van en la línea del recorte de libertades y derechos individuales tienen rédito electoral?

La reciente incorporación de Pablo Casado a la presidencia del Partido Popular es un buen ejemplo. es un buen ejemplo.Parece que esta nueva dirección, liderada por personas jóvenes, pretende echar por tierra leyes como la de memoria histórica, eutanasia y -quizás lo más grave- la ley del aborto. Es lógico y democrático que, en cualquier país, exista diversidad de opiniones políticas que tienen su reflejo en las urnas y dan lugar a propuestas programáticas distintas. La pregunta es: ¿resulta legítimo que el recorte de libertades -como intentar aniquilar el derecho de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y la maternidad- sea una propuesta electoral?

Hace algunas semanas apareció en los medios una propuesta de ley del partido republicano en Arkansas que pretende que los padres puedan impedir el aborto de una mujer, incluso, en aquellos casos que el embarazo es fruto de una violación. Sería esperpéntico si no fuera tan sumamente preocupante. Una vez más, el patriarcado y el poder del hombre (como categoría social) vuelven a prevalecer, incluso, en casos de violencia extrema.

Los nuevos o renovados movimientos de derecha y ultraderecha confunden, intencionadamente, derechos con obligaciones

La reacción en forma de escalada de los sectores ultraconservadores ante algunos avances -feministas y de una nueva forma de entender la política que pretende una mayor participación de la ciudadanía- nos debe llevar a una reflexión sobre cuáles deben ser los pilares de una sociedad que pretenda llamarse democrática en el siglo XXI. Los derechos humanos deberían pasar por delante de cualquier ideología y deberían ser intocables, y aquí cabría: el derecho a enterrar a nuestros muertos, aunque hayan pasado 40 años, el derecho a morir dignamente cuando cada uno lo decida y el derecho de las mujeres a decidir sobre cuándo y cómo ser madres. Entre muchos otros. Cualquier otra mirada vuelve a ser patriarcal y nos remite al papá Estado que debe decidir por nosotros sobre aquello que atañe a nuestras vidas.

Las democracias más avanzadas -y me refiero a avanzadas en términos éticos, participativos y sociales- pueden fluctuar entre políticas económicas liberales o socialdemócratas, por ejemplo. Por supuesto. Pero pretender retroceder en cuanto al reconocimiento de derechos es algo que está en el ADN de la derecha totalitaria y debería transformarse si pretenden formar parte de las nuevas formas de habitar el mundo presente y futuro. Estos nuevos o renovados movimientos de derecha y ultraderecha confunden, intencionadamente, derechos con obligaciones: ningún gobierno va a obligar a abortar a una mujer que no quiera o va a obligar a morir a alguien que quiera seguir viviendo. Es en este punto donde observamos con toda claridad el sustrato totalitario y machista en el ideario. Dos conceptos que van de la mano.

Es importante desenmascarar esa pretendida equidistancia que coloca el derecho al aborto en el otro extremo de los movimientos 'provida', por ejemplo. Como si el hecho de pedir el respeto hacia los derechos de las mujeres fuera estar en contra de la vida. Es esa construcción maniquea de la derecha más conservadora que, históricamente, se ha aprovechado del lenguaje y de muchas de las luchas de los movimientos de izquierdas pretendiendo ofrecer una ideología más respetuosa con los valores, con las personas. Mentira. En una tertulia de café podríamos expresar opiniones diferentes: algunas mujeres podríamos pensar que no abortaríamos jamás y otras que sí lo haríamos llegado el caso, pero todas partiríamos de la misma premisa: el respeto al derecho a decidir. Cualquier otra opción pasa por tener un Estado que no respeta los derechos de su ciudadanía. No debería ser una opción ni una ideología. Los derechos no deben entrar en cuestión en un programa electoral. Es una línea que ya no debemos cruzar. Perturba ver, una vez más, cómo la pretensión de fondo es controlar nuestras formas de vivir.