La mentira de Guardiola

La independencia es un anhelo político legítimo, pero esa legitimidad queda abollada cuando las soflamas de sus líderes se cimentan en falacias

LEONARD BEARD 14 junio

LEONARD BEARD 14 junio / periodico

LUIS MAURI

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Suele atribuirse a Joseph Goebbels, el siniestro narcisista que dirigió el Ministerio de Propaganda del Tercer Reich, una sentencia tan célebre como inquietante: una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad. La autoría de Goebbels nunca ha sido certificada, pero esta máxima de la ruindad política guarda relación con lo que los psicólogos llaman memoria implícita.

La memoria implícita es la que entre otras cosas nos permite conducir sin estar decidiendo de forma consciente todas nuestras acciones. De esta memoria se deriva un efecto denominado ilusión de verdad, mediante el cual las personas tendemos a creer con más facilidad aquellas formulaciones que nos resultan familiares. La repetición de un mensaje falaz multiplica las posibilidades de que el enunciado pueda ser conocido por el receptor y, en consecuencia, de que este le otorgue credibilidad.

Hace años que el independentismo catalán viene repitiendo de forma indesmayable una mentira que parte de la población ya ha digerido como si fuera una verdad. Que España es un estado antidemocrático donde la dictadura franquista es mucho más que un episodio de la historia reciente, es la esencia misma de ese estado. Un estado que sojuzga Catalunya como una posesión colonial y priva a los catalanes de sus derechos políticos y libertades civiles.

Falseando la guerra civil

La repetición de esa mentira -que entronca con otra falacia, que la guerra civil no fue un conflicto de clases e ideológico que fracturó España en todos sus territorios, sino una agresión de España a Catalunya-  alcanzó el domingo pasado el cénit cuando el heraldo soberanista Josep Guardiola pidió apoyo internacional para defender “los derechos hoy amenazados en Catalunya, como la libertad de expresión política y el  voto” y afrontar “los abusos de un estado autoritario”.

La independencia es un anhelo político totalmente legítimo. Pero esa legitimidad queda abollada cuando las soflamas de sus líderes e iconos se cimentan sobre falacias. Mariano Rajoy, su partido y su Gobierno cargan con la gran irresponsabilidad de estado de haber no solo permitido, sino provocado el avispero catalán: firmas callejeras contra el Estatut, exaltación del nacionalismo español más cerril, menosprecio de la sociedad catalana, empecinamiento, espurio cálculo electoral... Pero de ahí a proclamar que España es un estado autoritario media un embuste colosal.

El sistema español, Catalunya incluida, tiene problemas muy graves. El principal de ellos, la corrupción endémica. Pero resulta fatigoso por obvio tener que recordar que su condición democrática está garantizada por su ordenamiento jurídico y certificada por la comunidad internacional. Fatigoso y hasta sonrojante, tener que acudir a baremos independientes como el británico 'Democracy Index 2016', que sitúa a España en el puesto 17º del ránking mundial de calidad democrática, por delante de EEUU e Italia y Francia; el austriaco 'Global Democracy Ranking 2013-2014' (España, 19º; Italia, 27º), o el estadounidense 'Freedom in the world 2016', que otorga a España 95 puntos sobre 100 (Francia, 91; EEUU, 90; Italia, 89).

Purgas en la prensa

A fuerza de arrogarse una inexplicable superioridad moral, el bloque independentista pasa por alto los boquetes que presenta su pretendida excelencia democrática (ley de desconexión secreta que atenta contra la independencia judicial, convocatoria unilateral de un referéndum sin garantías democráticas que quebraría la Constitución y el Estatut, veto al debate en el Parlament…). Mientras tanto, su maquinaria mediática de 'agip-prop' señala a los periodistas desafectos y reclama sin pudor alguno purgas en los periódicos independientes.

En fin, separémonos, confederémonos, federémonos o quedémonos como estamos. Pero tengan la decencia de dejar de mentirnos.