La memoria juega con nuestra vida

Siempre me ha interesado la etimología, el origen de los nombres, del lugar y de la persona. En muchos casos, el significado es evidente. Ferrer, Mariner, Fuster, Pagès... Naturalmente, quienes llevan estos nombres no están obligados a ejercer el oficio de sus antepasados. Y, naturalmente, un estafador puede llamarse Amiguet y un amante de la paz, Guerrero.

Ahora, buscando información sobre el Berguedà, he encontrado un pueblo que se llama Gisclareny. Me ha sido imposible interpretar la significación de este nombre. Si algún lector me da a conocer el origen o el significado de este nombre... Mi interés por la geografía y la toponimia ha fracasado. Puestos a fantasear, he imaginado que la g inicial debía ser sustituida por una x, o sea, Xisclareny. ¿Era un pueblecito distinguido por su capacidad de chillar? Un pueblo muy pequeño y antiquísimo debe tener un nombre que se me escapa. Está al norte de las tierras del montañoso Cadí. Aficionado como soy al significado y origen de las palabras, si alguien me informa lo agradeceré.

Si la conciencia del significado de un nombre geográfico desaparece, también tiende a desaparecer, con el paso del tiempo, la conciencia de los hechos del pasado.

He conocido cerebros privilegiados capaces de recordar muchísimos momentos de sus vidas. No únicamente hechos importantes sino también unos pequeños instantes de su existencia.   Mi cuñado, el escritor Néstor Luján, tenía una especie de cajón mental donde cabía todo lo que le habían dicho, quién y cuándo. Y dotado de una memoria extraordinaria, al cabo de un tiempo era capaz de recitar unos versos clásicos y los nombres de los pájaros que había visto en casa de unos amigos. Richter escribió que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. ¿Paraíso? No todas las memorias son amigas. Hay que aparecen con un puñal en la mano.

La memoria es una ventana que deberíamos saber cuñando hemos de abrir y cuándo cerrar.