La madurez está en el futuro

La publicación Revista de Catalunya me ha llegado generosamente como cada trimestre. Más de 200 páginas de cultura e ideas. Frederic Ribas escribe que el catalanismo es el diferencial entre la nación catalana reencontrándose a sí misma en el espejo de la revolución industrial, y el Estado español hecho a la medida castellana de un imperio ya en decadencia. Pero el designio asimilador castellano «ha persistido desde la política lingüística hasta los planes radiales de infraestructuras», señala Ribas.

Mi presidente en la Acadèmia de Bones Lletres –que la edad me permita excusarme por las ausencias a las reuniones convocadas–, el historiador Borja de Riquer, expresó una opinión que me parece indiscutible: «Todo proyecto nacionalista debe tener capacidad de atracción».   «Para seducir, debe aparecer como un proyecto de futuro mejor. Aquí radica la quiebra del nacionalismo español».

Me parece interesante continuar leyendo el largo artículo de Ribas, pero ahora intento comparar la evolución del poder político con la evolución del poder social. El poder social, el poder de las costumbres que se imponen en unos momentos determinados es un poder que no ejerce violencia. La evolución progresiva y la aceptación es libre, voluntaria. Es la moda, o sea, un mode de vivir, de pensar, de vestir.

Josep Miró i Ardèvol ha avisado de que el Gobierno español puede cometer un error histórico si no asume que una gran parte de los ciudadanos de Catalunya –no solo los que se proclaman independentistas– se sienten maltratados. «Identificar los motivos en lugar de incurrir en el negacionismo es una necesidad imperiosa».

Me gusta el popular dicho catalán, que es hijo del optimismo: «De més verdes en maduren». El fruto está en el futuro. Contra el pesimismo del fracaso aceptado, el optimismo de la madurez.