TRIBUNA

La gran línea roja

Ni España ha ingresado en la lista de países antidemocráticos, ni soberanismo y fascismo son sinónimos

Jordi Turull, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont

Jordi Turull, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont / periodico

Xavier Bru de Sala

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Maragall y Unamuno no se entendieron, pero lo intentaron. Aunque en tiempos de convicciones y adscripciones obligadas lo más fácil es dejarse arrastrar, y por más que podamos maldecir la prosa de quien no toma partido, deberíamos procurar juzgar, y juzgarnos, no por las posiciones que defendemos, sino por cómo las defendemos.

Si hay algo cierto es que a ambos lados del soberanismo la cultura ha sido maltratada de modo parecido. Y si hay algo aún más cierto es que la cultura no vocifera o no debería vociferar, por mucho que algunos de sus representantes compitan, naturalmente sin éxito, por liderar el 'procés' o el 'antiprocés'.

En los únicos intentos de conseguir la independencia que podrían servir de espejo, Quebec y Escocia, se establecieron mecanismos de consulta que dirimían la diferencia en el terreno del voto. Esto disminuía la tensión propia de una situación tan dramática. En nuestro caso, la falta de acuerdo sobre las urnas contribuye al incremento de la tensión.

Más confrontación significa más peligro. Más peligro comporta mayor obligación de mantener espacios de calma, reflexión, interlocución y diálogo. No desde la neutralidad, que resultaría sospechosa a ojos de unos y otros, sino desde las respectivas posiciones.

Ni España ha ingresado en la lista de países antidemocráticos, ni soberanismo y fascismo son sinónimos. El pulso es profundo y secular. La gran línea roja entre los culturalistas separa a quienes descalifican, y a fe que participan en un oscuro concurso, a ver quién la dice más gorda, de los que en todo momento tienen en cuenta que el futuro no será sólo de la mitad vencedora.

Las ideas clave de Maragall y Unamuno sobre España son irreconciliables, pero ellos dos nunca dejaron de explicárselas y de escucharse desde la fraternidad. También, todo hay que decirlo, desde la complicidad de quien comparte tristes diagnósticos.