Dimisión en Cultura

La frivolidad de Màxim Huerta

El exministro trivializó sus cuitas con Hacienda, pero demostró que se puede dimitir sin arrastrarse durante semanas por el lodo

Màxim Huerta cediendo la cartera al nuevo ministro de Cultura, José Guirao.

Màxim Huerta cediendo la cartera al nuevo ministro de Cultura, José Guirao. / periodico

Emma Riverola

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Sánchez iba anunciando el nombre de los ministros. La mayoría se conocían. Un Gobierno de indiscutible solvencia. Y llegó el turno de Cultura. Los párpados de muchos se elevaron. ¿Perdón? Una rápida búsqueda en Google. Sí, es él, no hay otro. Màxim Huerta, el escritor, pero también el colaborador del 'Programa de Ana Rosa'. Hubo quienes le concedieron un margen de confianza. Muchos le demonizaron al instante, especialmente los guardianes de las esencias más elitistas de la cultura. Sus antiguos tuits echaron más leña al fuego.

Que la mayoría de sus mensajes tuiteros respondieran a la exaltación de una gala nocturna o a una retransmisión loca de Eurovisión no se tuvo en cuenta. Si hablaba de las tetas de Ana Rosa delataba su sexismo, aunque ella fuera su amiga. Si hablaba de la cantidad de gais en Eurovisión, era homófobo, a pesar de su homosexualidad. Al fin, lo que resultaba más imperdonable era su frivolidad.

¿Está la cultura reñida con la frivolidad? No tiene por qué. Resucitemos a Oscar Wilde, pongámosle un móvil en la mano, una cuenta de Twitter y los pilares de las esencias temblarán. Un "príncipe de la frivolidad esnob", lo definió Francisco Umbral. "Un ingenioso que casi siempre tenía razón", según Jorge Luis Borges. Al fin, un genio. Aunque quizá él nunca lo supo. Nosotros tampoco sabremos cómo hubiera ejercido Huerta su ejercicio ministerial. Qué escondía su aparente frivolidad. Pero su presencia resultaba, como mínimo, interesante.

En unos días en que triunfan los 'youtubers', los 'influencers' y las letras más ligeras, Huerta podía haber rescatado a la cultura de su torre de cristal (cada vez más cerrada, más elitista y más empobrecida) y crear una suerte de puente levadizo con aquellos que arrugan la nariz ante todo lo que suene a profundo, muchas veces por pura ignorancia.

Pero no, nunca lo sabremos. Porque Huerta se pasó de frívolo al trivializar sus cuitas con Hacienda. Al menos, ha dejado un legado: en España también se puede dimitir (o ser destituido) sin arrastrarse por el lodo durante semanas.