Pequeño observatorio

La curiosa autoridad de las campanas

En el mundo actual de la electrónica, la sonoridad de este instrumento es un anacronismo

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Josep Maria Espinàs

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Cuando yo era adolescente pasé unos días en Seva, invitado por unos vecinos que tenían una casa. Fue una pequeña aproximación al mundo rural. Y mi primer contacto con las campanas. Me sedujo la vida de los toques y me explicaron el significado de los diversos tañidos de cada campana. Anunciaban el fallecimiento de un vecino y el nacimiento de otro. Estos hechos eran noticia en aquellos pequeños pueblos, y la comunicación de los hechos, digamos sociales, se hacía por un medio enraízado en la más antigua historia.

Sentí repetidamente las campanas de Figueroles, un pueblo donde pasaban el verano unos amigos de Barcelona. Para mí, un chico de ciudad, había muchas cosas nuevas, como las funciones de las campanadas. Allí las campanas de la iglesia no servían solamente para convocar a los fieles. Eran un lenguaje de comunicación social. Había dos tipos de talán talán. Uno tocaba los talán en un orden si el nacido era un niño y en otro si había nacido una niña.

¡Qué lenguaje tan sencillo y popular el de las campanadas! Un lenguaje que quizá se conserva en las ciudades antiguas, pero, si es así, su protagonismo se ha desvanecido. El ruido urbano se ha impuesto como una masa compacta. Las campanadas rurales vivían del silencio, un silencio que se esparcía por el aire. Acabo de salir al balcón de casa y me han saludado docenas de coches y motos que han sustituido las campanadas por bocinas.

Mi editorial es La Campana, pero trabaja en silencio.

¿Y cómo nacieron expresiones tan populares como: "ha dado la campanada", refiriéndose a un éxito, y un alumno "ha hecho campana" cuando no ha ido a la escuela?

En el mundo actual de la electrónica, la sonoridad de las campanas es un anacronismo. Sirve para que un juez toque una modesta campanilla y sea capaz de imponer silencio y dictar un acto de justicia.