La rueda

El juego de la culpa

Si nadie lo remedia nos encaminamos hacia una campaña electoral en la que nos van a pedir que seamos jurados antes que votantes

ANTÓN LOSADA

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Por esos mundos de Dios los políticos suelen citarse para llegar a acuerdos y explorar los territorios que pueden ser compartidos. Negociar significa asumir compromisos y construir pactos buscando los espacios comunes a costa de renunciar a imponer tus posiciones. En España hemos avanzado tanto nuestra calidad democrática que solemos reunirnos para establecer con nitidez meridiana todo aquello que nos separa y dejar claro ante la opinión pública a quién corresponde la culpa de tanto desamor.

Es la diferencia entre una política en la que sus protagonistas saben que los ciudadanos les han votado para arreglar sus problemas, no para que se los devuelvan, y una en la que sus estrellas están convencidas de que la gente les vota porque les dan la razón y estarían dispuestos a votarles las veces que haga falta hasta la victoria final.

Se dedica más tiempo a planificar meticulosamente la escenificación del desacuerdo que a trabajar sobre estrategias de consenso y acuerdo. Unos y otros consumen miles de horas de radio y televisión en explicarnos por qué no son capaces de alcanzar compromisos o cómo la culpa siempre recae en la cerrazón de los otros. En la política española parece que todas las manos tendidas llevan un puñal incorporado de serie.

Si nadie lo remedia nos encaminamos hacia una campaña electoral en la que nos van a pedir que seamos jurados antes que votantes. Los candidatos van a solicitarnos que emitamos un veredicto de inocencia o culpabilidad. Pero ese es su problema, no el nuestro. La gente suele votar para que haya un gobierno que tome decisiones y gestione los problemas, no para decidir quién tiene razón o quién tuvo la culpa. No somos los hijos de un divorcio ni ellos son nuestros padres. Tampoco somos juguetes ni nos complacen especialmente estos juegos, más bien resultan irritantes.