ANÁLISIS
En busca de Tintín
Juan Porcar, que cede una de sus motos del Dakar para la gran exposición del Salón del Cómic, recuerda cómo leer a Hergé de niño marcó su vida
Universo, según el diccionario; "la totalidad de todas las cosas". El universo de mi infancia, adolescencia y una parte de mi juventud fue el Parc Güell. Mis padres fueron a vivir a un piso de la avenida Coll del Portell, en un bloque construido en el interior del parque y ese espacio fue el centro de mi universo durante muchos años.
Durante el día cursaba los estudios en el colegio situado en el interior del parque y por las tardes y fines de semana, el parque era un inmenso, casi infinito, espacio para jugar, ir en bici, correr e incluso para realizar exploraciones arriesgadas por los lindes de la montaña Pelada del Carmelo, lugar lejano, desconocido y en algún momento, hasta peligroso, donde siempre era más prudente ir en grupo.
Entonces el Parc Güell estaba silencioso, deshabitado de turistas, en definitiva, abandonado, solitario y olvidado de las administraciones, pero ello lo convertía en nuestro universo, donde los niños sumergidos en el mundo de Gaudí, fuimos inmensamente felices.
Cuando debía tener unos 10 años, mi economía era cero, como la de todos los niños de entonces y para poder leer iba a una librería de la calle Larrad, donde sentado en un taburete, me dejaban ver tebeos, revistas y así pasaba largas tardes. Leía el 'TBO', con el '13, rue del Percebe', 'Mortadelo y Filemón' y de vez en cuando algún capítulo del Capitán Trueno y Crispín o 'Hazañas Bélicas'. Pero un día todo cambió; llegó un tomo bien encuadernado de una historia que me apasionó. Eran las aventuras de Tintín y Milú. La librera no me lo quería dejar porque era muy caro, solo tenía un ejemplar y temía que lo estropeara. Durante una semana, cada tarde, al acabar el cole, le rogaba a la librera que me lo dejase, hasta que lo logré. Me hizo lavar las manos antes de tocarlo. Sentado en el taburete, junto al mostrador, para controlarme, abrí la primera página y aluciné; África, el Nilo, las pirámides, el desierto, las aventuras... Era la ventana a los sueños, los viajes, las experiencias. Sin darme cuenta, quedé marcado.
No llegó ningún libro más de Tintín a aquella librería. Era un barrio de gente modesta, que no se podía permitir lujos como ese, pero yo tampoco podía vivir sin leer otras aventuras de Tintín, así que decidí, por primera vez y contra las normas de mis padres, salir del universo del Parc Güell y adentrarme en otros mundos desconocidos y peligrosos. Un sábado, cogí la bici monopiñon, con frenos de varilla y decidí rebasar los límites del parque por la puerta norte, la que daba al Carmelo. Rumbo: la plaza Sanllehí. Autobuses, coches, por una calle, que era más una carretera, y finalmente la plaza y el quiosco que buscaba y del que había oído hablar a mis amigos del cole. Allí habían muchos tomos de Tintín, era como una fantasía. También convencí al propietario del quiosco que me dejase leerlos gratis y durante más de dos meses, todos los sábados por la tarde, cogía la bici y hacía el mismo recorrido con temor y nerviosismo. Sentado en una caja de frutas, viajaba por mundos maravillosos, en viajes y aventuras que probablemente marcaron el destino de mi vida.
Mucho tiempo después, estuve 15 años participando en carreras de motos y coches en África y cada vez que veía las pirámides, atravesaba la selva o el desierto del Sáhara, surgía en mi memoria Tintín. Nunca imaginé que aquella aventura persiguiendo a Tintín, que me llevó a desobedecer a mis padres y salir de mi universo, fuera la semilla de un destino apasionante que me ha conducido a ver lugares maravillosos y vivir experiencias que llevaré tatuadas para siempre.
Juan Porcar es periodista, piloto y gestor de eventos deportivos
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