Hoy juegas

Si hay partido, nos vemos en el bar

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Josep Saurí

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Una burbuja de 90 minutos. Un paréntesis, tiempo suspendido. El quejido de la cafetera, aroma de plancha (y algunos nostálgicos insensatos aún echamos en falta el humo). Todas las mesas ocupadas, un taburete en la barra es un tesoro… pero para qué lo queremos, si lo que esperamos, lo que deseamos, es que nuestros gladiadores nos levanten del asiento. En su defecto, sacaremos al entrenador que a todos se nos revuelve en las entrañas y le gritaremos a la tele como si ese manojo de píxeles que dibujan a André Gomes o Aleix Vidal pudiera oírnos y hacernos caso: “¡Abre!”, “¡suéltala antes!”, “¡a Messi, mira a Messi, dásela a Messi!” (tampoco vamos a inventar nada). Nos pondremos entrañablemente ventajistas  --“ya te digo yo que esta liga no se gana”, oído tras el empate en Las Palmas--, y cuando a la sexta repetición parezca que sí,  que el delantero rival tenía una uña en fuera de juego, denunciaremos el “robo descarado, como siempre”. Pues claro.

Ese buen humor, esa sonrisa idiota que se nos queda cuando ganamos. La sabia relativización de los descalabros: “Paco, ponnos un poquito de jamón para olvidar, que esto es solo fútbol”. Solo fútbol. Ni más ni menos.

Los partidos grandes, los de hincar los codos en la barra con la mandíbula tensa,  casi olvidarse de las aceitunas rellenas y dejar que la caña se nos caliente. Los calvos y canosos con las manos permanentemente en la cabeza y el “ay, ay, ay” pugnando por nacer en la boca del estómago, la chavalería despreocupada y convencida de que por supuesto que vamos a acabar marcando (si para canonizar a Messi dicen que hace falta un milagro, este podría valer: haber alumbrado una generación de culés con espíritu ganador).

Esos momentos, Koeman en WembleyIniesta en Stamford BridgeMessi en el Bernabéu, el balón besado con la zurda por Neymar que sobrevuela la aterrorizada defensa del PSG para que Sergi Roberto meta la puntita. El estallido, la onda expansiva en el pecho y la garganta, el abrazo fraterno con el amigo del alma o el perfecto desconocido, el primero que pilles.

Si hay partido, nos vemos en el bar.

(Periodista de Internacional, aunque, como a Del Bosque, lo que me gustaría es ser Sergio Busquets)