IDEAS

Su propia medicina

Vista de la platea del Teatre Romea.

Vista de la platea del Teatre Romea. / periodico

Josep Maria Pou

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El pasado martes día 27, Dia Mundial del Teatro, los teatros de Barcelona programaron una jornada de puertas abiertas. Amantes de Talía o meros curiosos accidentales, pudieron recorrer libremente zonas del edificio no accesibles al público: escenario, camerinos, fosos y ocultos pasadizos. Imagino que a algunos les movía solo el fisgoneo (lo que ya es bastante), a otros la seducción de lo desconocido, en tanto que otros no buscaban sino alimentar su mitomanía recorriendo con las yemas de los dedos el papel pintado del camino que conduce al escenario.

Encontrándome yo en el teatro, durante una de esas visitas, tuve ocasión de mirar sin ser visto. Por un momento, se intercambiaron los roles habituales. Yo era el espectador y ellos los actuantes. Les aseguro que la experiencia fue fascinante. Sentado en el rincón más oculto del patio de butacas pude ver cómo algunas de esas personas accedían al escenario como quien accede a la cámara sagrada de la más sagrada de las pirámides: conteniendo la respiración, el ánimo suspendido, casi de puntillas, temerosos de apoyar el pié firme en el tablado, como si aquellas tablas que pisaban a diario tantos actores fueran ahora a quebrarse por el peso del intruso.

Les observaba yo desde lo oscuro y me sentía deslumbrado, a mi vez, por aquellas figuras que se movían en escena. La sorpresa, la risa nerviosa, el hablar bajito, el acercarse con miedo al abismo de la primera fila, la emoción de saberse al otro lado del espejo, no eran fingimiento. Eran pura verdad. Una pareja de novios (o eso, al menos, parecían), inspirados por el espacio, jugaron a sentirse Romeo y Julieta y se besaron emocionados –un beso largo, quieto, solemne- delante de todo el grupo.  

Se me ocurrió entonces una pequeña travesura: como llevado por un ciego instinto de venganza hice sonar mi móvil a todo volumen. Se rompió el silencio. Y volvieron todos a la realidad, quebrándose bruscamente la magia y el hechizo.

No me arrepiento. No hice más que darles a probar de su propia medicina.

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