IDEAS
Núria Espert, Papisa
Josep Maria Pou
Actor y director teatral
JOSEP MARIA POU
Veo la foto del papa Francisco con el grupo que forman las 900 Superioras Generales de congregaciones religiosas de todo el mundo. Busco entre las muchas caras y echo en falta la de Núria Espert. Porque ella es, de hecho y por derecho, en la congregación del teatro, la Madre Superiora. Y siguiendo con el paralelo digo que si esa apertura de la Iglesia hacia las mujeres que se vislumbra tras las palabras del Papa llegara a hacerse realidad, Núria sería Papisa y, como tal, infalible, segura y cierta.
Núria significa el grado supremo de nuestro teatro. Así lo reconoce el Premio Princesa de Asturias de las Artes que acaban de concederle. Y aunque escribir “eximia” corra el peligro de escudarse en el tópico, quiero escribir, sin pudor, de la Núria eximia, así como de la Núria egregia, de la Núria insigne y de la Núria ilustre.
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Pero si escribir es recordar y recordar es revivir, quiero escribir de Núria/Gigi, de Núria/Medea, de Núria/Hamlet, de Núria/Claire, de Núria/Yerma, de Núria/Mari Gaila, de Núria/Fedra, de Núria/Rosita, de Núria/Próspero, de Núria/Celestina, de Núria/Salomé, de Núria/Bernarda, de Núria/Lucrecia, de Núria/Irina Nikolaievna Arkadina (de la que el Dr. Dorn sigue irremediablamente enamorado hasta las trancas), de Núria/Lear y hasta de Núria/Puta respetuosa.
Todas ellas, y más, son una sola Núria: la actriz. Pero también la compañera, la consejera, la estimulante, la combativa -siempre al frente cuando ha hecho falta-, la maestra -sin pretensión ni ánimo de serlo-, la de la trayectoria envidiable, título a título, marcando el camino a quien quisiera seguirla, hecha “de aire y fuego”, en combustión permanente.
Me hace feliz saber que cuando, el día de la entrega, Núria suba al escenario del Teatro Campoamor a recibir su premio, con ella subirá el teatro en mayúsculas, porque ella, generosa, así lo quiere. Cómo me hace feliz leer estas palabras suyas de hace apenas 24 horas: “Siempre me encuentro el respeto hacia la gente que ha decidido vivir un poco peor y centrarse en el teatro”.
Confieso algo íntimo: el día que ví a Núria en 'La violación de Lucrecia' lloré desde el minuto uno hasta el final. Y aún entonces me fué difícil, por un largo rato, detener las lágrimas. Esa turbación, esa emoción incontenible, por una vez no se debían a Shakespare, sino a una Núria Espert en plenitud, que se reafirmaba -y me reafirmaba- en la felicidad del teatro.
Gracias, Núria.
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