Esa voz amiga

José Félix Pons

José Félix Pons / JULIO CARBÓ

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Siempre hay maneras de volver a papá, al abuelo ¿verdad? Papá decía que cuando empiezas a hablar de tu padre “es que ya estas viejo”.

Pero cuando se muere un maestro, siempre recuerdas al tuyo, al que tenías en casa. Y más en este caso cuando José Félix Pons era el ejemplo que papá ponía sobre la mesa cuando tú insinuabas que eso de la radio era muy complicado.

“Todo es complicado, Emilio. Sobre todo si lo quieres hacer bien. Sobre todo si aspiras a ser como Miguel Ángel Valdivieso o como José Félix Pons”, era la sugerencia de aquel que se sentía orgulloso de que su mediano, el de la siguiente saga, se dedicase a escribir y tontease con la Leica M-3.

La sensación de que para trabajar en la radio había que ser como el 'monstruo¿ Pons, yo la tuve desde pequeño. Y, luego, claro, cuando ibas tropezándote con José Félix por esos campos de Dios, o aviones, o trenes, u hoteles, o estudios, entendías por qué papá le profesaba, más que cariño, admiración.

Pons nos ha dejado cuando todo ya es ruido. Él, que tanto odiaba el ruido, los gritos, la parafernalia radiofónica que se aproximaba. Él, que era todo voz. Bueno, miento, todo no, que por algo fue un maestro en el resto. Pero, además, tenía voz. De ahí que trabajase también en doblar películas. Posiblemente esa voz, ese timbre, esa sonoridad, convertía al actor americano en alguien más cercano, más próximo, más creíble. Más creíble, eso, más creíble. Más voz, vamos.

Y Pons era, además, alguien que te rozaba sin pellizcarte. Sin molestarte. Sin achuchones. Sin querer darte un consejo. Me temo que, sabiendo cómo era papá, Pons se atrevió a mucho conmigo. Y yo que se lo agradezco. De ahí que, de vez en cuando, me susurrase al oído qué había hecho mal. Lo bueno sospechaba que ya me lo decían diez tontos.

A él, le encantaba decirme lo que debía corregir. Y espero que él lo notase al poco tiempo, porque yo jamás le estaré lo suficientemente agradecido por todo lo que me dijo. Que no eran consejos, no; ni reprimendas, ¡Dios me libre! ¡Le libre! Era su manera de decirte que le interesabas, que te seguía, que te quería.

Yo, a veces, hasta la cagaba expresamente para oir su voz en mi oreja. Un consejo con ese tono, con ese vozarrón de 'lobo' disfrazado de 'caperucita', era maravilloso. Y, fijo, la mejor lección de periodismo jamás recibida.

Francisco debería de hablar con el de arriba para que le haga un hueco en la cátedra de las nubes. Un Papá argentino, de verbo fácil, debería de tener enchufe para una voz como la de José Félix ¿a qué sí? Pues hecho.