La responsabilidad del desarme nuclear

El Premio Nobel de la Paz otorgado a la ICAN es un factor de incidencia política: recuerda a las potencias nucleares su obligación de desarmarse

Protesta de activistas del ICAN contra la base de EEUU en Alice Spring (Australia), en el 2016

Protesta de activistas del ICAN contra la base de EEUU en Alice Spring (Australia), en el 2016 / periodico

Jordi Armadans

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Sin duda, el año 2017 será recordado como una fecha clave para el desarme nuclear. 72 años después de las devastadoras bombas de Hiroshima y Nagasaki, este mes de julio se adoptaba en las Naciones Unidas el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares. Y, ahora, el Premio Nobel de la Paz ha sido otorgado a la ICAN, la campaña mundial impulsora de la adopción de este Tratado.

La ICAN, nacida en el 2007 y formada por más de 400 organizaciones de 100 países en todo el mundo, impulsó una nueva perspectiva en la larga trayectoria del desarme nuclear. En vez de poner el foco en temas de estrategia y geopolítica, situó la necesidad de abolir las armas nucleares en su terrible amenaza en términos humanitarios. La explosión de una bomba nuclear mediana supondría hoy una auténtica catástrofe que superaría todas las capacidades médicas y asistenciales posibles. Por ello, con el apoyo de algunos países comprometidos, la ICAN impulsó un proceso diplomático que al final ha supuesto la adopción de un tratado con la oposición –o mejor dicho, el boicoteo- de las potencias nucleares y los países de la OTAN.

'El Reloj del Apocalipsis'

Está claro que el ruido generado por la presidencia estadounidense sobre el acuerdo nuclear con Irán, así como los ensayos de Corea del Norte, han puesto de relieve los riesgos de las armas nucleares. Pero, siendo precisos, el riesgo nuclear no es de ahora. De hecho, ‘El Reloj del Apocalipsis’, creado por el 'Bulletin of the Atomic Scientists' de la Universidad de Chicago, siempre se ha movido a escasos minutos de la ‘medianoche’, metáfora de la destrucción de la vida humana. Y es que, aunque no se suele tener conciencia de ello, aún existen casi 15.000 armas nucleares. Incluso más allá de un uso consciente de esas armas, no podemos descartar un error humano o técnico que provocara su explosión. La mejor forma, pues, de evitar el desastre es prohibir y eliminar las armas nucleares de forma definitiva.

El Premio Nobel de la Paz del 2017 señala el esfuerzo y la capacidad de impulso de la sociedad civil, generando un vínculo, además, con la pionera campaña contra las minas, que precisamente consiguió el Nobel hace 20 años. A la vez, el premio es un factor de incidencia política: recuerda a las potencias nucleares su obligación de desarmarse. Si durante muchos años, esas potencias han vivido tranquilamente con un Tratado de No Proliferación Nuclear que les conminaba, pero no obligaba, a avanzar hacia el desarme nuclear, la aprobación del Tratado y el premio Nobel a la ICAN ponen el foco en la dejadez e irresponsabilidad del club nuclear y sus aliados. Por cierto, entre estos últimos se halla España, que pese a las demandas de la sociedad civil, de la comunidad científica y del Parlamento (la aprobación de una resolución en la comisión de Exteriores del Congreso de los Diputados), ha optado por no apoyar los esfuerzos de la comunidad internacional para conseguir algo muy necesario y responsable: desarmar nuclearmente este mundo.