MIRADOR

Engañar y autoengañarse

Los brutales atentados yihadistas en París han servido para relativizar la naturaleza del conflicto catalán

JOAQUIM COLL

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En la resolución que aprobaron los 72 diputados de Junts pel Sí y la CUP se afirmaba que el Parlament, como “depositario de la soberanía y expresión del poder constituyente, no se supeditará a las decisiones del Estado español, en particular del Tribunal Constitucional”, al considerarlo “deslegitimado y sin competencia”. 48 horas después, dicha resolución fue suspendida y el TC acordó, entre otras notificaciones, la publicación de su auto en el 'Butlletí Oficial del Parlament' y en el 'Diari Oficial de la Generalitat'.

Como tantas veces en campaña los dirigentes separatistas habían prometido un acto de soberanía, la pregunta era si ahora se negarían a publicarlo. Pues no, el lunes salió impreso en el boletín de la Cámara catalana y este miércoles en el 'DOGC'. La trompeteada desobediencia ha quedado en agua de borrajas. El Parlament se ha sometido al TC al publicar esa suspensión que, en buena lógica, hace propia. La protorepública constituyente ha durado una semana, el mismo tiempo que tardó Pau Claris, en enero de 1641, en poner la república catalana bajo la soberanía del rey francés Luis XIII.

El mismo día que el Parlament acataba la suspensión del TC, el ahora cabeza de lista de Democràcia i Llibertat para las generales, Francesc Homs, lanzaba un jarro de agua fría al proceso independentista, reconociendo dos cosas. Primero, que no había mayoría para “culminarlo” (eufemismo de fracaso). Dos, que iba a Madrid con la voluntad de negociar un nuevo pacto. El lío en el partido de Artur Mas es en estos momentos extraordinario. La dificultad para investirlo 'president' está poniendo al descubierto la magnitud del engaño.

La estrategia de los partidos separatistas ha consistido siempre en alimentar ilusiones vanas, en hacer creer a sus votantes que la secesión estaba a la vuelta de la esquina. El objetivo no era otro que montar “un gran pollo” para lograr una mediación internacional e imponer un referéndum. Pero si eso siempre estuvo muy lejos de ser posible, tras los resultados del 27-S aún menos. Y los brutales atentados yihadistas en París no solo han servido para relativizar la naturaleza de este conflicto, sino para trasladar el separatismo catalán a la lista de los asuntos que, por un tiempo largo, fuera de España a nadie interesa.

Solo la prisa podía sostener el engaño. La ficción de que detrás de las manifestaciones se expresaba la voluntad de todo un pueblo. Pero no solo ha habido ganas de engañar, también el deseo de no pocos catalanes de autoengañarse. Muchos que en su vida profesional y personal actúan con racionalidad y sensatez han preferido participar en la épica de un relato. Hemos vivido, y puede que todavía padezcamos un último coletazo si finalmente la CUP inviste a Mas, un fenómeno de sociedad movilizada que, para descifrarlo, nos obliga a introducir claves de psicología colectiva.