Literatura y destrucción

Almacén de una editorial.

Almacén de una editorial. / periodico

Jenn Díaz

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Que tus libros van a ser destruidos es algo que no te cuentan cuando firmas tu primer contrato. Cómo te lo va a contar tu agente, que confía en ti y en tu trabajo y te representa en ferias y despachos. Cómo te lo va a contar tu editor, que te admira y quiere que formes parte de su catálogo. Cómo te lo va a contar el corrector, el editor de mesa, la maquetadora, el librero, el transportista, el presentador de tu novela en su ciudad. Y cómo te lo ibas a creer.

Pero sí, resulta que sí, que los libros, cuando molestan en el almacén, se destruyen. La mesa de novedades es limitada, las estanterías de las librerías, finitas... y tu libro, en cuestión de tres años, será un estorbo para toda la cadena editorial. Y no solo será un estorbo, sino que pasará a considerarse para todos -incluso para ti- un libro viejo. Te lo podrás encontrar en la Cuesta de Moyano o en el Mercat de Sant Antoni a tres, cuatro, cinco euros. Pero, sinceramente, cualquier opción es más reconfortante que destruir miles de ejemplares de un libro que has escrito, trabajado, vuelto a escribir, vuelto a trabajar, presentado, defendido y releído -en el mejor de los casos-.

En cuestión de tres años, tu libro será un estorbo en el almacén y en las librerías

En cuestión de días, tendré más de dos mil ejemplares de una de mis novelas en casa. Sí, más de dos mil. Y no, no me van a caber todas las cajas en el estudio en el que trabajo. Empezaré a repartir ejemplares por bibliotecas, institutos, clubs de lectura, clientes de librerías amigas, familia, conocidos, extraescolares y amigos de los amigos de mis amigos. Me desharé gratuitamente de todos los ejemplares de un libro que, además, considero mi primer libro importante, y lo haré para que no lo destruyan y se convierta en nada.

Nadie quiere dos mil libros iguales, idénticos, acumulando polvo en un almacén, y nadie quiere tomarse la molestia de darles una segunda vida que, por cierto, pueden tener. Desde las instituciones públicas se despilfarra dinero para lo que se llama fomento de la lectura, y como el mío, hay millones de libros que estorban en los almacenes y que pasarán a convertirse en cenizas de libros.

Se me ocurren bibliotecas, intercambios, mercadillos, escuelas, universidades, institutos, residencias. En fin, un buen número de lugares excelentes para deshacerse de los libros viejos.