Análisis

Jekyll y Hyde, en Barcelona

Estamos ante otro caso de diseño urbanístico fallido, tal vez brillante sobre el papel pero poco apropiado para las circunstancias del lugar

JORDI MERCADER

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El diseño urbano está pensado para la ciudad de día y para unos ciudadanos ejemplares. Pero la noche también se vive, y algunos de sus festivos habitantes la disfrutan con usos degradantes de plazas, jardines, columnatas o pasos subterráneos. Nada nuevo, ni nada que los arquitectos y los responsables de urbanismo de Barcelona no lleven discutiendo desde hace décadas o quizá siglos. Casi siempre la solución final ha sido la misma. Los patios interiores o los pasajes del Eixample se cierran en horario nocturno para evitar que Jekyll destroce lo que Hyde querrá disfrutar por la mañana. La plaza de Les Dones del 36, en Gràcia, acabó cerrándose por la noche, y la Boqueria estrenó verjas protectoras a finales del 2010.

El espacio ajardinado de la confluencia de las calles Moscou y Trias Fargas es un rincón precioso para los vecinos y un cul de sac oscuro e idóneo para la marabunta con muchas exigencias fisiológicas y poco tacto que busca el metro a altas horas de la noche. Es otro caso de un diseño urbanístico fallido, tal vez brillante en la mesa del estudio pero escasamente apropiado para las circunstancias del lugar.

El choque de las dos almas de la ciudad, la civilizada y la gamberra, enfrenta al gobierno municipal a dos tipos de problemas. El de las molestias a los vecinos, propias de la convivencia en una gran aglomeración humana, que suelen perseguirse con las ordenanzas de civismo, de escasa eficacia por la dificultad de pillar al infractor con las manos -o lo que sea- en la masa. Y el de la defensa de la ciudad material y patrimonial. Es en este segundo campo, la protección irrenunciable de lo público, donde toma cuerpo la polémica de la privatización de los espacios colectivos cuyo diseño urbano no soporta los usos contradictorios del día y la noche.

Un tormento ideológico

La amenaza de su veloz deterioro físico, a la salud de los vecinos, y en muchos casos la dificultad de su rediseño, enfrenta a arquitectos y políticos a una solución que les supone un tormento ideológico: matizar el carácter público de la ciudad transitoriamente. Estos conflictos podrían ser evitados con un análisis más afinado del futuro programado para cada paisaje urbano antes de diseñarlo, o incluyendo en los proyectos los elementos de protección apropiados para paliar en cada caso estas hipótesis y evitar así el horror de unas rejas sobrevenidas. Pero no suele ser así.

Hyde seguirá conviviendo con Jekyll en Barcelona, y se intuye difícil que el segundo atienda a las buenas palabras de respeto a la ciudad y a las personas, ni que se sienta atemorizado por la ordenanza del civismo y sus multas de 1.500 euros por deteriorar el espacio urbano. Tampoco se puede esperar la recuperación de la vieja y estirada disciplina de la urbanidad ni la aprobación de un despliegue excepcional de la Guardia Urbana. Estamos condenados a seguir corrigiendo los errores de diseño con la protección nocturna; eso sí, después de la pelea de los políticos por demostrar quién lamenta más la opción privatizadora.