IDEAS

Cuando daba gusto discutir

Una de las viñetas del cómic de Tintín  'El cangrejo de las pinzas de oro'.

Una de las viñetas del cómic de Tintín 'El cangrejo de las pinzas de oro'. / periodico

RAMÓN DE ESPAÑA

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La última vez que me crucé con Javier Coma fue, hace unos meses, en la terraza del bar José Luis, en la esquina de Tuset con la Diagonal. Desobedeciendo a los médicos (era la hora del aperitivo, costumbre cuya progresiva desaparición le contrariaba de manera notable), se estaba bebiendo un whisky y fumando un cigarrillo. Estaba de un humor excelente y, refiriéndose a los venenos que se estaba metiendo entre pecho y espalda, me vino a decir que fuese lo que Dios quisiera. Total, añadió, las cosas que me han hecho feliz y me han acompañado durante toda la vida (se refería a los cómics, el cine, la literatura y el jazz), han dejado de ser importantes y no le interesan a nadie. Lo decía sin asomo de rencor o desprecio, con fatalismo, y no tuve más remedio que darle la razón. Los tiempos en que gente como nosotros podían discutir en público si Tintín era de extrema derecha o solo un pelín reaccionario habían quedado definitivamente atrás.

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"Hemos pasado del 'caso Padilla' al 'caso Tintín'", ironizó Jorge Herralde a principios de los años 80, cuando la vieja guardia del mundo del cómic (con Javier Coma y Román Gubern a la cabeza) se enfrentó a los modernillos que publicábamos la revista 'Cairo', abanderada de la Línea Clara, por una exposición en la Miró consagrada a Hergé. Eran los tiempos en que parecía que el cómic adulto tenía presente y futuro y no tardaría nada en compartir respeto social con el cine y la literatura (luego ya se vio que no). Para nosotros, los jovenzuelos arrogantes, Coma era una momia de la historieta, y supongo que él nos consideraba una pandilla de niñatos pretenciosos. Tuvieron que pasar unos años para que lo que empezó con mal pie se convirtiera en una relación cordial entre Coma y un servidor, unos años en los que las preferencias de ambos fueron barridas por la triste realidad, lo que consiguió hermanarnos en nuestra condición de 'losers' (más o menos) dignos, ya que no 'beautiful'.

Superada la bronca inicial, comprobamos que estábamos en el mismo bando y que las diferencias eran de matiz. Y aunque nunca llegamos a ser amigos íntimos, sí compartíamos conversación cuando nos cruzábamos en algún acto o, con mayor frecuencia, en el Video Instan de Enric Granados, como los dos chicos del siglo XX con inquietudes culturales que éramos. Adiós, Javier, fue un placer discutir y dejar de discutir contigo.

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