nómadas y viajantes
Netanyahu o la debilidad del más fuerte
Hay una tendencia a confundir al primer ministro hebreo con Israel, e Israel con todos los judíos. Es la estrategia de la 'hasbará', grupos organizados que aprovechan las redes sociales para acusar de antisemita a cualquier crítico
Ramón Lobo
Periodista
Periodista
Ramón Lobo
Nadie ha celebrado los 25 años de los Acuerdos de Oslo. Sus tres firmantes están muertos: Isaac Rabin, Simon Peres y Yasir Arafat y, además, no hay nada que celebrar. La idea de dos Estados como solución para resolver un conflicto enquistado parecía la única razonable, más allá del escollo final de Jerusalén. Hoy es una quimera. La realidad y la política se mueve en otra dirección.
Las opciones son tres: 1) que los palestinos renuncien a su Estado y pidan ser ciudadanos israelís, como sugirió de manera provocadora Edward Said; 2) que el actual Gobierno israelí se anexione el 80% de Cisjordania y confine a los más de 2,8 millones de palestinos en el 20% restante ante la dificultad de expulsarlos a Jordania o 3) mantener el estatus quo que se dirige hacia la segunda solución. La ley de judeidad del Estado, aprobada por la Knest, es una defensa preventiva ante la primera opción.
¿Y la franja de Gaza? En ella, Israel no tiene intereses. Es un enorme campo de concentración con cerca de dos millones de palestinos. Tel Aviv controla su frontera terrestre y la costa. Es verdad que el puesto de Rafah depende de Egipto, que lo abre y cierra a cuenta gotas, pero este país, aliado de Arabia Saudí, juega en el mismo equipo regional que Israel.
Gaza es un foco de tensión conveniente, algo que se puede activar para desviar la atención y mantener prietas las filas. El Israel de Netanyahu es un país zarandeado psicológicamente. Gaza sirve para cambiar los titulares cuando el primer ministro tiene problemas sin necesidad de lanzarse a una guerra peligrosa contra Irán, el mayor enemigo potencial.
Mujer coraje
Hamas no ha renunciado a la lucha armada aunque no comete atentados terroristas contra civiles como en el pasado. La OLP está descabezada, con un Mahmud Abás viejo y sin prestigio. Sus únicos símbolos son Maruán Barghuti, que pena varias condenas perpetuas, y la joven Ahed Tamimi. Se habla poco de la madre, Nariman Tamimi, una mujer coraje con un discurso político muy sólido.
También falta un líder israelí fuerte que tenga visión de futuro. Lo fue Rabin hace 25 años; lo fueron de alguna manera Isaac Shamir y Menájem Beguín, que transitaron de la lucha armada a la Conferencia de Paz de Madrid. Lo fue Ariel Sharon al retirarse de Gaza en 2005.
Netanyahu parece fuerte porque habla duro, pero carece de plan. Es un oportunista que ha encontrado por fin a la contraparte estadounidense perfecta: Donald Trump. Fue Bill Clinton el que dijo que “era el mayor hijo de puta con el que se había encontrado”. Obama no tiene mejor opinión. Para Netanyahu no son insultos, sino medallas. Es el tipo de personaje que le encanta interpretar.
Embarrar e insultar
Hay una tendencia a confundir a Netanyahu con Israel, e Israel con todos los judíos. Es la estrategia de la 'hasbará', grupos organizados que aprovechan las redes sociales para acusar de antisemita a cualquier crítico. Aunque 'hasbará' significa esclarecimiento, su misión es la contraria: no esclarecer, embarrar, insultar. Sucede algo parecido ahora en Catalunya.
El listón para decidir quién es enemigo se ha movido tan a la extrema derecha que una parte importante del propio Israel, con sus iconos intelectuales Amos Oz y David Grossman a la cabeza, podrían caer en la categoría de enemigos del Estado. También los 55 diputados (de un total de 120) que votaron contra la ley que proclama el Estado judío. Y las oenegés B’Tselem y Breaking The Silence, entre otras, sometidas a un acoso permanente por parte del Gobierno. Se les acusa de trabajar para el enemigo al documentar los supuestos crímenes de guerra israelís en Gaza. Matar niños lo es.
De este presente irrespirable, con una degradación democrática evidente, se puede salir de dos formas: mediante la guerra o la negociación. La pulsión guerrera es la que mueve a Netanyahu. Es un camino de riesgo: exige ser siempre más fuerte que todos los enemigos juntos. Esa exigencia resulta una debilidad estratégica.
Voluntad política
La mejor forma de garantizar el futuro de Israel es a través de la paz. Con los palestinos, primero, y con los países vecinos después. Pudo hacerse con Egipto y Jordania. No es un imposible. Solo es necesario tener voluntad política. El problema es que no hay nadie capaz de sentarles a negociar un nuevo Oslo. La UE no existe a efectos prácticos en Oriente Próximo, y Trump ha renunciado a ser el amigo que calma y aconseja a Netanyahu. Es su instigador.
Podría decirse que la persecución económica de los palestinos y el cierre de su oficina en Washington es antisemita. Por ocupada que esté la palabra, es un hecho que los palestinos también son semitas.
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