Terror antigay: más allá de Orlando

Un nuevo Bataclán. El titular es sonoro. Y tentador. Éxito garantizado, por tanto. Pero es tramposo. O al menos lo es al cierre de esta edición. Porque los atentados del pasado 13 de noviembre en París fueron una acción coordinada de varias células terroristas del Estado Islámico. Y lo de Orlando... pues aún no lo sabemos.

Por ahora, ni el Estado Islámico ni Al Qaeda se han atribuido el ataque. Estas organizaciones solo se atribuyen aquellas acciones que realmente comenten sus miembros o sus simpatizantes. Consideran que reivindicar un atentado que no has cometido y acabar quedando como un mentiroso es una acción contraproducente en su estrategia de propaganda. Son terroristas y son malvados. Pero necesitan ser creíbles. Y lo saben. Otra cosa es que sea un lobo solitario. Que se haya radicalizado por su cuenta y que, sin tener ningún contacto efectivo con ninguna organización yihadista, haya decidido actuar en su nombre.

Así que esperemos porque aún no está claro que sea terrorismo yihadista. Pero sí es terrorismo. Es terrorismo contra los homosexuales. Un terrorismo que tiene miles de años y que, en los últimos meses, se ha incrementado. El Estado Islámico lleva dos años arrojando a gais desde azoetas de edificios; en abril, los yihadistas mataron a machetazos en Bangladesh al director de la única revista LGTBI del país; y en julio del año pasado, un extremista judío irrumpieron en la marcha del orgullo gay repartiendo puñaladas. Mientras, la iglesia católica se lanza al terrorismo verbal. En Roma, esta semana, un sacerdote reclamó recuperar la pena de muerte para los homosexuales mientras que el arzobispo de Valencia alertaba contra "el imperio homosexual".

Extremistas musulmanes, cristianos y judíos unidos en un único frente. Contra los gais. O sea, contra la libertad.