Al contrataque

La ínsula de Tabarnia

Hay que ser muy presuntuoso para creer equidistantes, y de forma peyorativa, a quienes tienen preocupaciones diferentes a las nuestras

Fernando Rey y Alfredo Landa, en 'El Quijote'

Fernando Rey y Alfredo Landa, en 'El Quijote' / periodico

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

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¿Se acuerdan de Isla Fantasía? No del tobogán, me refiero solo al nombre. Pues ahí está el detalle, como en la peli de Cantinflas. Desde los libros de caballerías somos gente de islas y de fantasías, de ínsulas fantásticas. Esto sale luego como parodia en el 'Quijote' con la ínsula Barataria. Se la concede el ingenioso hidalgo a su escudero en pago a las noches de miedo, a los caminos andados, a las heridas curadas. En realidad se trata de una burla de los duques, los que de verdad mandan, los que saben que van a estar ahí para siempre, todo es una sádica tomadura de pelo de la que don Quijote y Sancho son las víctimas. Es lo que ocurre al habitar una península cerrada con cremallera (de montañas): se vive como en una isla, no sale uno de la ensoñación y desde afuera se descojonan.

Estas han sido unas Navidades bonitas, precedidas no por una nevada pero sí por un aluvión de votos. Y el periodo de entrefiestas, cuyo epicentro es el día de los Inocentes, se animó con un monigote de papel bien acorde a los tiempos. Fue simpático eso de colgarle una 'llufa' al independentismo. Lo dice el refranero: si no puedes vencerles, ríete de ellos. Bueno, dice "únete a ellos", pero tampoco hay que pasarse de unionista.

Charlotada de consenso

Lo que va en serio de las bromas es también lo más divertido. Tabarnia es una charlotada de consenso Tabarnia, de 28 de diciembre, una de esas fiestas tradicionales del mundo al revés en que al pueblo llano le está permitido ridiculizar al poder. Y ahí está el detalle, en que el poder siempre se pone nervioso, en que la invención de Tabarnia ha servido para recordar todo lo que tiene de Estado, de poder, un independentismo acostumbrado a presentarse como víctima de una maquinaria idéntica a la que siempre ha estado en sus manos. Nada más equidistante que las inocentadas.

La equidistancia no existe. Es lo que los opuestos entre sí no controlan. Como hay un montón de gente a la que no tienen manera de meter en sus respectivas películas, la colocan de atrezo. El caso es que nada se salga de su guion. Pero a lo mejor resulta que el personal está lejos de eso y cerca de otras cosas, y solo queda el consuelo, el recurso del prefijo. De llamar equidistancia a lo que sencillamente es distancia. Hay que ser muy presuntuoso, sentirse muy protagonista de la vida, de los motivos de los demás, para creer equidistantes, y encima peyorativamente, a quienes tienen preocupaciones diferentes de las de uno y de todo lo que impide sus aspiraciones. Para pretender ocultar con las injusticias recibidas las injusticias ignoradas, y las causadas. Para sentirse ofendido por un monigote hecho con papel de periódico, el verdadero papel de los periódicos.