PERFIL
El instinto del vendedor
El líder de Ciudadanos, que lleva una década en política, sabequé quiere, cuánto cuesta y cómo conseguirlo. Eso le convierte en un competidor temible.
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTÓN LOSADA
En la política multimedios contemporánea abundan dos tipos de políticos. Aquellos que saben hablar mucho sin decir nada para ocupar más espacio que los rivales y aquellos que saben ocupar espacio para decirle a la gente lo que quiere oír. Aquí, como en todas partes, abundan los primeros y escasean los segundos. Por eso resultan tan valiosos y marcan tanto la diferencia.
Albert Rivera intuye dónde está su público. Posee el instinto del buen vendedor. Triunfa en política como lo haría al frente de un concesionario de coches. Sabe bien qué funciona. Darle la razón al cliente es el mejor camino para llegar a su cartera, o a su voto.
Ciudadanos no es el clásico partido atrapatodo. Su estrategia no consiste en facturar mensajes para todos los públicos rebajando su carga ideológica y de clase y manejando el liderazgo como reclamo principal. Se trata más bien de un partido atrapaespacios. Construye mensajes personalizados y formateados ideológicamente para ganarse a un público objetivo concreto sintonizando al detalle con sus demandas.
Ciudadanos ha crecido ocupando el espacio que le han ido dejando libre los grandes partidos en su búsqueda del mítico voto del centro. Ahí reside el secreto de su éxito. Albert Rivera es el explorador que se adelanta, busca y encuentra esos espacios disponibles para ser atrapados.
En Catalunya aprendió que su oportunidad residía en irrumpir como el emergente provocador y deslenguado capaz de espetarles a los nacionalistas las cosas que los socialistas y los populares no se atrevían porque les necesitaban para gobernar. En la política estatal rastreó a los electores desencantados que dejaba a tiro el bipartidismo. Ha eludido con agilidad el tradicional debate izquierda/derecha para moverse en terrenos más propicios. «Ni azules ni rojos», suele repetir. Prefiere hablar de elegir entre lo viejo y lo nuevo, entre la corrupción y el buen gobierno.
A los votantes populares y las élites financieras ha sabido transmitirles que implementará las políticas económicas y fiscales liberales que Rajoy les había prometido pero no ha sabido sacar adelante. Lo hará porque, frente a un presidente avejentado y cansado, Rivera vende el dinamismo de ese exvotante popular que se identifica como un profesional emprendedor. Su programa económico parece la tierra prometida del votante moderadamente conservador o progresista, urbano y de clase media. A muchos electores socialistas les ofrece, además, una propuesta apañada de regeneración democrática, libre de las ocurrencias que acabaron viendo en Rodríguez Zapatero.
Albert Rivera no es un recién llegado aunque tenga la habilidad de seguir pareciéndolo. Tampoco le ha puesto ahí el Ibex 35, aunque haya ayudado. Lleva una década en política. Ha sobrevivido a un complot interno en el 2009, a la ferocidad competitiva de Rosa Díez y a desastres electorales como presentarse a unas europeas con la ultraderecha antieuropea. Sabe qué quiere, cuánto cuesta y cómo conseguirlo. Eso le convierte en un competidor temible.
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