Análisis

La insoportable banalidad de la solidaridad global

Incapaz de entender los porqués y los cómos de la barbarie de Boko Haram, la audiencia internacional pasa a la siguiente gran campaña

CRISTINA MANZANO

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Hasta la mismísima Michelle Obama apareció con cara compungida y con el cartel que reclamaba la vuelta de las más de 200 estudiantes de Chibok, en el noreste de Nigeria, secuestradas por Boko Haram. La campaña lanzada por las redes sociales para luchar contra la increíble brutalidad de uno de los grupos terroristas más feroces se extendió rápidamente por todo el mundo, poniendo de manifiesto una vez más el poder de los nuevos medios para difundir los mensajes. Y sin embargo, más allá de lograr una repercusión global, el famoso #Bringbackourgirls ha tenido poco impacto real.

Hoy, un año más tarde, las jóvenes siguen desaparecidas. Lo único que se ha sabido de ellas es el dramático testimonio de algunas niñas que lograron escapar a la barbarie. Y lo que es todavía peor: Boko Haram no ha dejado en este tiempo de extorsionar, secuestrar y matar. Según Amnistía Internacional, al menos 2.000 mujeres y niñas han sido secuestradas por los terroristas nigerianos desde comienzos del 2014, convertidas en esclavas sexuales y entrenadas y obligadas a participar en ataques armados; más de 5.500 personas habrían sido asesinadas por ellos en ese tiempo, aunque otras fuentes llegan a duplicar ese número.

Las cifras son tan aberrantes que dejan de tener sentido, al menos para la opinión pública internacional. Fatigada del goteo mediático del horror, e incapaz de comprender los porqués y, sobre todo, los cómos, la audiencia global da la vuelta y se centra en la siguiente gran campaña.

Aunque la presión sí puede haber servido para algo. Ante la incapacidad del propio Ejército nigeriano de frenar a Boko Haram, el Gobierno no tuvo más remedio que admitir el despliegue de más de 8.000 soldados de la Unión Africana para combatirlo. Precisamente la impotencia del Ejecutivo para acabar con esta lacra que asuela una parte del país más rico de África ha sido clave en las últimas elecciones presidenciales, celebradas a finales de marzo.

La batalla de las redes

La recuperación de algunas ciudades por parte de las fuerzas internacionales puede haber llevado a pensar en un retroceso del grupo terrorista, pero aún falta mucho para ganar esta guerra. Está por ver si el recién elegido presidente, Muhammadu Buhari, un convencido nacionalista, está dispuesto a consentir tras su toma de posesión, a finales de mayo, la presencia de tropas extranjeras en el país. Lo que sí ha dicho, en un alarde de honestidad, es que no puede garantizar que las niñas sean encontradas y liberadas.

Mientras, Boko Haram ha anunciado haber jurado lealtad al Estado Islámico y su califato, un golpe de efecto que amplifica -al menos sobre el papel- el efecto de la yihad global.

Lamentablemente, parece que la batalla de las redes la están ganando los terroristas. Frente a las acciones efímeras del mundo civilizado, el Daesh y sus acólitos han mostrado un dominio magistral de los nuevos medios y, sobre todo, una gran eficacia a la hora de alcanzar sus objetivos. Es de esperar que, pese a ello, acaben perdiendo la guerra real.