El turno

Indiferentes ante los cuerpos con volumen

NAJAT EL HACHMI

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Una mujer visible e inequívocamente embarazada entra en el vagón de un metro con todos los asientos ocupados. Se sujeta a la barra con esfuerzos para equilibrar el cuerpo y espera que de un momento a otro alguien notará su presencia y le cederá el sitio. Espera. El metro arranca, se cierran las puertas. Espera. Intenta detectar indicios de compasión, misericordia o buenas maneras en la mirada de la buena gente. Topa con ojos que la esquivan. Con el volumen de su barriga, las piernas ligeramente separadas para sostener su peso y la disposición corporal de quien se sabe portadora de otro ser humano, la mujer cree que el mensaje es bastante explícito. Como con la comunicación no verbal no parece suficiente, decide exagerar los indicios: arquea más la espalda, se lleva una mano a la cintura. Pero nada: miradas al infinito, cabezas que miran hacia otro lado, que se agachan para concentrarse más en el móvil o el libro. Leen, piensan y parecen gente inteligente, formada, educada o mínimamente personas. Como no puede más y el vaivén del vehículo le altera más una vejiga ya bastante comprimida, intenta hacerse notar con un ligero carraspeo: ejem, ejem. Nada. Piensa por un momento en simular un auténtico ataque de tos, cuando de pronto alguien se levanta para bajar. Camina hacia el asiento vacío esperanzada, imaginando ya el alivio de sus lumbares, cuando un chico, ágil, ligero, que no debe llegar a la veintena, salta con sus auriculares de colores y coloca el culo sobre la superficie azul. No puede más e, indignada, le dice: «Perdona, ¿dejas que me siente?». El chico la mira como queriendo pedir un certificado médico que demuestre su estado y se levanta. Quizá aquí también debería haber ese cartel que vio en el metro de Nueva York:Deje sentarse a las personas mayores, las embarazadas, los padres con niños pequeños y las personas con problemas de movilidad.No es buena educación, es la ley.