Análisis

Independentismo y comunicación

Lo que el núcleo dirigente del PP parece ignorar es que Catalunya ya está en la agenda mundial

ENRIC MARÍN

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El litigio entre el Estado y el catalanismo soberanista se juega preferentemente en el terreno de las ideas y la comunicación. Lo que decantará el último tramo del proceso soberanista es la hegemonía ideológica y el decantamiento de la opinión pública. Y esta disputa se juega en los escenarios catalán, español e internacional.

Hace 10 años, cuando comenzó el penoso proceso del Estatuto de Miravet, el catalanismo ganaba la batalla de las ideas en Catalunya, pero el españolismo uniformista era abrumadoramente hegemónico en España. Este hecho convenció a Rodríguez Zapatero de la conveniencia de replegarse a posiciones más jacobinas. Esta nítida asimetría en el campo ideológico era paralela a la conducta de los medios de comunicación españoles. La visión más cercana al catalanismo de los medios de comunicación catalanes contrastaba con una posición hostil de la mayor parte del aparato mediático radicado en Madrid. Más o menos, como ya ocurrió en 1932 en el contexto de la discusión del Estatut de Núria o 1979 con el Estatut de Sau. La diferencia es que en 2005 el nacionalismo español se veía mucho más fuerte. Suficientemente fuerte como para creer que podía derrotar al catalanismo y salir reforzado del envite. Madrid era y es el centro mediático indiscutible del Estado.  Hecho que determinaba que la visión internacional del catalanismo estuviera muy filtrada por la visión ideológica mayoritaria en España. Al fin y al cabo, la dieta mediática de los corresponsales internacionales, siempre residentes en Madrid, estaba muy condicionada por el áspero marco mental del ecosistema comunicativo de la capital política y comunicativa del Estado.

El cambio

Diez años más tarde, el panorama ha cambiado de forma radical. Por un lado, el catalanismo ha pasado de plantear una mejora del autogobierno en clave de reconocimiento nacional y federalismo asimétrico a la creación de un Estado independiente. Y, por otro lado, la batalla comunicativa ha comenzado decantarse del lado del soberanismo.

¿Cómo ha sido posible? Lo primero que el soberanismo ha ganado es la confrontación ideológica en Catalunya. De una manera muy clara a partir de la sentencia del TC del 2010. La propuesta del catalanismo soberanista ha sido básicamente democrática, afirmativa, inclusiva y basada en la noción de identidad-proyecto. La reacción del nacionalismo español ha sido autoritaria, negativa, reglamentarista y uniformista. Lógicamente, no ha habido color.

Pero sin ganar la batalla comunicativa, la victoria ideológica tendría poca trascendencia política. No hay hegemonía cultural y política sin hegemonía comunicativa. Y el independentismo está comenzando a ganar también esta batalla. ¿Qué factores concurrentes vienen impulsando este cambio en el paisaje comunicativo? Básicamente, tres hechos: la globalización de las comunicaciones de masas y en red, la internacionalización del caso catalán y la crisis del proyecto económico, político y cultural del nacionalismo español. Las grandes movilizaciones de los últimos años han puesto la reivindicación catalana en la agenda informativa de los medios de comunicación mundiales de referencia, y la globalización de las comunicaciones ha reforzado su internacionalización. Complementariamente, la crisis sistémica española ha disminuido mucho la capacidad de intervención del Gobierno en los procesos de creación de opinión pública internacional. La opinión pública española todavía depende del conglomerado mediático radicado en Madrid, pero los corresponsales y los enviados especiales de los medios internacionales ya se informan directamente en Barcelona. No pasan por el tamiz del nacionalismo informativo español. Este cambio de perspectiva ha sido clave.

La mayor parte de estos medios -sobre todo los más influyentes, los anglosajones- ya son capaces de reconocer los rasgos nacionales de la sociedad catalana, así como las motivaciones económicas del soberanismo o de cómo el Estado desprecia la lengua y la cultura catalanas. Aún más importante, han caracterizado la reivindicación catalanista como inequívocamente democrática. Consecuencia: la idea de la secesión de Catalunya sigue incomodando buena parte de las cancillerías europeas, pero la posición dogmática y cerrada del Gobierno cada vez resulta menos comprensible. Hasta el punto de que una parte de los medios españoles empieza a modular tímidamente su línea editorial. Si, como parece, el Gobierno central no modifica su política antes de las próximas elecciones legislativas, la opinión pública internacional aún será más crítica con Rajoy. Pero el núcleo dirigente del PP parece ignorar que Catalunya ya está en la agenda informativa mundial. Piensan, preferentemente, en la opinión pública española. Este nuevo error puede ser definitivo.

Profesor de la UAB.