El mapa político catalán

La independencia en la recámara

En Catalunya, los consensos básicos por el soberanismo están forjados y en camino de consolidarse

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XAVIER BRU DE SALA

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Hay hechos que propician lecturas unánimes y otros que, por contundentes que sean, las obtienen de signo contrapuesto. Entre los primeros, las catástrofes. En el campo de los segundos, los resultados electorales, de manera especial los de las elecciones autonómicas. Para unos son tranquilizadores, en el sentido de que recuperamos la estabilidad, el pujolismo de los primeros mandatos, la serenidad del debate, el prestigio y el diálogo. Contribuye a eso, casi por encima de la victoria de Artur Mas, el salto atrás del independentismo en el Parlament. Tanto referendo, tanto espíritu del 10 de julio y tanto incremento de los partidarios de la independencia y de los que no son contrarios a ella, y resulta que el independentismo pierde una tercera parte de representación. De 21 escaños a 14, y divididos, y Laporta que está ahí por los pelos. Si sumamos el récord del PP, en contraposición al revolcón de los ambivalentes socialistas, los tranquilizados tienen una almohada en la que reposar. España se refuerza en Catalunya.

Pero los catalanistas supuestamente estancados no descansan ni un minuto. Es muy posible que estas elecciones hayan marcado, como se ha dicho, el camino de varias generaciones. Aunque sea a contracorriente de la opinión mayoritaria, la interpretación del resultado que me parece acertada es la del triunfo del soberanismo. La independencia se refugia en la recámara y cede el sitio al soberanismo, mucho más suave en las formas, en los plazos e incluso flexible en el resultado final. En la Europa de la soberanía compartida, la gran mayoría del Parlament -también los independentistas, también buena parte de la izquierda, además de ERC-estaría de acuerdo en situar parcelas de soberanía en Catalunya mismo. Este es el cambio fundamental, la lectura que considero acertada. En la actualidad, la soberanía es compartida entre España y Europa. Pues bien, agotada la vía estatutaria, Catalunya reclama cuando menos una parte de la soberanía, capacidad para tomar las propias decisiones en un número no definido, pero significativo, de materias, empezando por el calaix.

En esto, en este propósito explicitado por Artur Mas, consiste la naturaleza del cambio. No se trata de mera alternancia, ni del paso de la izquierda multiforme a un centro coherente y consistente. Es otra cosa, bastante más significativa y trascendente. Después de los claroscuros de la experiencia del nuevo Estatut, terminado en fracaso por la sentencia, el catalanismo, que partía de los cerros de la resistencia, se encuentra muy cerca del río, por decirlo con una metáfora del propio Pujol. Si alguien cree que, en términos de autogobierno, la legislatura no cambiará nada, deberé decirle con toda cordialidad y todavía más humildad que no conoce Catalunya ni las constantes de su historia. Ha empezado un nuevo ciclo, posestatutario. Los ciudadanos han votado que el inicio no sea estridente, y así lo ha entendido el nuevo president. Pero esto no quiere decir que Catalunya se conforme con quedarse como está.

Esta novena legislatura, pues, es la primera de la etapa histórica soberanista. Solo la primera. Habrá otras. Los frutos, los resultados concretos, no los sabemos, pero es fácil predecir que, en términos de autogobierno, de relación Catalunya-España, no acabará como empieza. El mandato electoral, sumado a la determinación del president Mas, no deja mucho margen para el error.

En la otra parte del propósito catalán, frente por frente y en contraposición flagrante, la cerrazón de España a toda posibilidad de reformulación de los pactos, la distribución del poder y el encaje de Catalunya. Las mandíbulas del tiburón del poder central están cerradas y solo se abrirán para mordisquear una vez más, no para dejarse arrancar muelas. En esta cuestión, el consenso es total en Madrid. También lo será la sorpresa cuando observen, después de un primer año largo de legislatura en compás de espera, interpretado en clave de calma asegurada y perpetua, diferencias en materia de sumisión y pactismo acomodaticio.

Si de alguna manera pudiéramos resumir el sentimiento catalanista mayoritario, diríamos que aún queda una oportunidad para España. Si no se sabe aprovechar -y para eso deben ser dos, y por ahora solo hay disposición por parte catalana-, entonces sí pintará mal. En otras palabras, si Catalunya no logra compartir soberanía -o sea, tener una parte de soberanía propia, con España y dentro de una España reformulada-, deberá compartirla con Europa. Es evidente que, antes de dar cualquier paso para satisfacer a Catalunya, el poder político, económico y mediático central deberá convencerse de que sale perdiendo con la alternativa. Por eso pondrá en funcionamiento todos los mecanismos movilizadores, cara a contrarrestar desde Catalunya el soberanismo catalán. Sin subestimar en absoluto el poder de Madrid y la enorme masa de catalanes partidarios de la sumisión y contrarios al soberanismo, diría que en Catalunya los consensos básicos están forjados y en camino de consolidarse. Mucho ayuda haber situado la independencia en la recámara. Escritor.