Opinión | LIBERTAD CONDICIONAL

Lucía Etxebarria
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'Incels', puteros y el falso derecho al sexo

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El pasado 23 de abril, en Toronto, Alek Minassian avanzó a toda velocidad con una furgoneta por una acera. Diez personas murieron, 15 resultaron heridas.

No, Minassian no era musulmán.

Minassian había escrito en su perfil de Facebook que se adhería a la «Rebelión 'Incel'». Una comunidad 'online' de hombres que se autoproclaman «célibes involuntarios» y que reclaman su «derecho al sexo». Según ellos, las mujeres son seres superficiales que solo se sienten atraídas por los machos alfa, frente a los cuales los 'incels' se sienten en desventaja genética. Los 'incels' consideran la violencia hacia las mujeres como la única respuesta posible a tamaña «injusticia».

Minassian siguió el ejemplo de Elliot Rodger, que mató a seis personas e hirió a 14 en un tiroteo en California, y que más tarde justificó sus acciones como «una venganza hacia las mujeres que le negaban el sexo al que tenía derecho». Los 'incels' le consideran un héroe y le llaman 'El Caballero Supremo'.

Estos argumentos de que el sexo es una necesidad y un derecho, son los que esgrimen los puteros. Por eso tiene que haber prostitución, aseguran.

Por supuesto que el sexo es un instinto, pero la agresión también lo es. Y no todos somos agresivos, ni la agresión está legitimada siempre. Voy a poner un ejemplo. Cuando mi hija era un bebé yo paseaba por la calle con el carrito. Estaba yo distraída atendiendo a mi perra cuando me di la vuelta y vi a un hombre que tocaba a la cría. Me di la vuelta y le pegué tal bofetón que le tiré al suelo. Actué por instinto porque pensé que el hombre iba a agredirla. No me di cuenta hasta más tarde de que el bolso estaba colgado del manillar del carrito y de que él estaba intentando robar la cartera. Mi respuesta fue directa, refleja, instintiva. Pero, atención: me hizo falta un estímulo. Es el estímulo el que despierta el instinto.

Cuando nos quieren vender un coche, un yogur, un destino vacacional, una cerveza, chocolate…, hasta ¡un desatascador de tuberías! (lo juro), la publicidad asociará este producto con el sexo. Aparecerá alguna imagen de un cuerpo desnudo o con poquísima ropa, y habrá algún tipo de asociación sexual más o menos explícita (en el anuncio del desatascador sale un chico que «desatasca» a una mujer sobre el fregadero de la cocina).

Millones de personas en el mundo son célibes voluntarios. No solo las monjas católicas o los monjes budistas

En cines, en series de televisión, en publicidad, en revistas, estamos rodeados de súper estímulos sexuales y también de presuntos profesionales que nos aseguran que el sexo es fundamental para la vida y que nuestra existencia no será sana sin él. Y olvidan que hasta bien entrado el siglo XX se consideraba no solo normal sino deseable para muchas personas vivir sin sexo: los solteros, los monjes, las personas mayores...

Millones de personas en el mundo son célibes voluntarios. No solo las monjas católicas o los monjes budistas. En tres cuartas partes del mundo las mujeres no tienen acceso a los anticonceptivos, y en infinidad de países las agresiones sexuales legitimadas y los matrimonios forzados están a la orden del día. Las mujeres que los sufren no ven el sexo como un placer, ni lo ansían.  Y todos tenemos un pariente o conocido sobre cuyo celibato no dudamos: la tía que no se casó porque decidió cuidar a sus padres, el tío cuya novia se fue con uno de sus mejores amigos, hace de eso 60 años, y al que nunca más se le vio con otra mujer…

No, el sexo no es necesario, nadie se muere por no tenerlo. Pero resulta que las imágenes sexuales y las violentas se procesan mucho antes que cualquier imagen que no tenga esa carga. Y por eso desde los medios de comunicación nos bombardean constantemente con unas y con otras, para captarnos. Somos la primera generación bombardeada por imágenes de una manera tan brutal. Por eso somos la primera generación que cree en el sexo como necesidad.

Pero no, el sexo no es una necesidad de primer orden como la comida o el sueño. De hecho, solo somos capaces de hacerle hueco a la sexualidad en nuestras vidas, cuando las necesidades primarias están satisfechas. Pásese usted cuatro días sin comer y sin dormir, que si luego le ponen delante a Scarlett Johansson o a Mario Casas, va a usted a preferir un filete y una cama.

La comercialización y trivialización del sexo avanza más y más y se está convirtiendo en una amenaza para las mujeres. La verdadera revolución sexual consistiría no en tener mucho sexo, sino en que siempre fuera libre y mutuamente satisfactorio.