Ante el 21-D

El improbable retorno

Puigdemont y su sanedrín no supieron rematar la jugada victoriosa del 1-O

Carles Puigdemont interviene desde Bruselas en el mitin de Junts per Catalunya de este sábado.

Carles Puigdemont interviene desde Bruselas en el mitin de Junts per Catalunya de este sábado. / periodico

XAVIER BRU DE SALA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No exactamente como Tarradellas, Puigdemont se ha transmudado de político en símbolo, y actuar como símbolo es mucho más complicado que ejercer la presidencia efectiva. Es normal que, como todos los exiliados, tenga muchas ganas de volver a casa. El sufrimiento de la lejanía forzosa se suele subestimar pero es real y profundo. Se requiere una gran dosis de frivolidad para equiparar el exilio a una especie de vacaciones, en este caso mitad voluntarias y mitad obligatorias. Al contrario, la nostalgia, el sentimiento de pérdida, de prohibición de ir a casa, es tan presente que hasta se puede llegar a calcular que más vale una corta temporada en prisión que un exilio indefinido.

Este sentimiento, unido a un cálculo político erróneo, ha llevado a la candidatura presidencial a anunciar un retorno en caso de victoria. Inmediatamente, la tendencia al traspaso de votos desde ERC a Junts per Catalunya se ha revertido. Que las elecciones del 21-D no son un plebiscito sobre la independencia lo reconoce incluso la CUP. Aún menos lo pueden ser sobre la figura de Puigdemont.

Muchos de los votantes independentistas que mantienen intacta su adscripción temen que el retorno no sea balsámico sino que agrave la tensión. Más vale un presidente en el exilio que un presidente encarcelado, sobre todo si no cuenta con la menor garantía del tiempo de estancia en prisión. Más allá de la amarga elección personal y de la estrategia política, está el hecho de haberse convertido en símbolo. Y un símbolo entre rejas conlleva un incremento de la movilización y un inútil desgaste de la capacidad estratégica independentista.

Tanto si se impone el 21-D en escaños como si desmintiendo todas las previsiones llegara a la mayoría en votos, el independentismo ha perdido. Perdió cuando la escalada llegó el desafío de la DUI y el KO institucional del 155.

Es una realidad que costará interiorizar y de digerir a los votantes y los defensores de las urnas del 1-O, pero las cosas son como son. De Marengo salieron despachos que anunciaban la derrota de Napoleón, pero la aparición por sorpresa de unas tropas dispersadas proporcionó al emperador una inesperada victoria que agrandó su figura. Modo contrario, Puigdemont y su sanedrín, deslumbrados por el éxito inicial del 1-O, no supieron rematar la jugada convocando de manera inmediata unas elecciones autonómico-constituyentes. El propósito de Junts pel Sí y el pacto con la CUP se habían cumplido contra pronóstico. Pues nueva etapa, a votar todos, dentro de la ley pero a partir del estado de ánimo casi unánime del 3 de octubre. El resultado habría sido mucho mejor que el del 21-D.

El precio del error

En general, los errores salen más caros a los débiles que a los fuertes. Reponerse de una derrota también es más costoso. Pero pensar que la batalla aún no ha terminado una vez consumada la derrota puede ser muy contraproducente. En esta elecciones, el independentismo se juega ante todo el alcance y la intensidad de la represión, ya que será inversamente proporcional a su grado de éxito en las urnas. Quizá viviremos un retorno de la épica, pero los próximos años son de represión, resistencia y distensión.