La rueda

Igualdad: morir en el intento

Se ha dado pábulo a pensar que el maltrato era un truco de muchas mujeres ante el divorcio

ANTÓN LOSADA

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Hubo un tiempo en el que en este país decidimos asumir que sufríamos un drama llamado violencia de género y un problema de machismo feroz, encubierto como una extraña y oportuna mezcla de costumbrismo inofensivo y supuesta pasión latina muy útil para limpiar conciencias.

La solución se situó en la lucha contra la desigualdad crónica que había llevado a las mujeres españolas a tener que aprender a serlo sin morir en el intento de encontrar un trabajo donde le pagasen igual que a un hombre, ejercer sus derechos con las mismas garantías que un hombre o elegir su futuro sin tener que explicarse sobre su maternidad, como los hombres no tenemos que andar explicando todo el día por qué somos padres o no.

Luego llegó la crisis. Y los hombres aprovechamos la oportunidad para dejar de pagar por unas políticas que siempre entendimos como una concesión generosa pero temporal. Decidimos que eso de la igualdad era otra de esas cosas de Zapatero que había ido demasiado lejos y debía corregirse. Viriles académicos y líderes de opinión se hartaron de hacer chistes sobre las feminazis e incluso algunos diputados, jueces y gobernantes dieron pábulo a que eso del maltrato era un truco de muchas mujeres para sacar más perras en el divorcio.

Las políticas de igualdad y las mujeres también están pagando las consecuencias de una crisis económica que no provocaron. Aunque los hombres nos empeñemos en olvidarlo, la realidad siempre recuerda y se abre paso de la manera más dolorosa. Las víctimas de la violencia de género no han sufrido una desgracia, ni un accidente, ni una fatalidad. Es un crimen que puede evitarse. Son asesinadas por criminales ante una sociedad que se espanta pero calla o consiente y unos poderes públicos que creen que la igualdad era un capricho que estuvo de moda.