Pequeño observatorio
'Iglesia', palabra equivocada
Josep Maria Espinàs
Periodista y escritor
JOSEP MARIA
Espinàs
Parece ser que la Iglesia católica como institución –no me refiero a sus representantes– empieza a preocuparse de forma seria y pública por la conducta indeseable de algunos de sus sacerdotes, y también de algunos de sus obispos. Seguro que sabían ya muchas cosas, pero se escondían. La sociedad civil ha sido más avanzada en la denuncia de los ciudadanos pederastas o de los que cometían delitos sexuales. Quizá la difusión creciente, en los medios de comunicación, de esas conductas en el mundo seglar ha impulsado a la Iglesia a tener que admitir los abusos de los suyos. O tal vez la gente se ha decidido a romper la muralla de silencio, o de complicidad, que ha protegido a los pecados eclesiásticos. Hasta ahora, la solución –que no lo era– del escándalo ha consistido en eldesplazamiento, en un silencio que favorecía la extensión del mal.
He conocido a algunos religiosos –y algunas religiosas– admirables, que me han hecho pensar en que la Iglesia quedaba muy lejos. Pienso que el uso de la palabraiglesiaaplicada a los eclesiásticos de todo orden es habitual. «Ayudad a la Iglesia», dice el impreso de una campaña que acabo de recibir para que la gente lo manifieste en la declaración de la renta. No descubro nada nuevo si digo que una cosa es la Iglesia del Vaticano, y otra la iglesia de sacerdotes y monjes, y otra aún la de los seglares creyentes.
Ya he expresado mi respeto por aquellos que ponen su fe, y a menudo su sacrificio, al servicio de la mejora de las condiciones de vida de los humanos. El Vaticano y el padrePere Casaldàligay la madreTeresa de Calcuta, por ejemplo, son realidades muy diferentes, aunque puedan compartir los mismos principios. El siglo pasado ha visto la desafección general –expresión de moda– ante la idea institucional de Iglesia.
Porque la Iglesia ha hecho política y ha resultado que era «de este mundo». Y se ha entendido demasiado a menudo con el poder laico más impresentable. No hablo de curas, sino de relevantes autoridades eclesiásticas. Aceptar el eslogan franquistaPor el Imperio hacia Diosya era una rendición ante un régimen militar. Pero una vez muertoFranco,la Iglesia como corporación, ¿denunció en algún momento a un obispo capaz de decirle al dictador «nunca heincensadocon tanta satisfacción como lo hago ahora con vuestra excelencia»? ¿Protestó la Iglesia por la blasfemia de un obispo que se atrevió a decir delante deFranco:«Dios ha enviado a un hombre cuyo nombre esFrancisco»?
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