Al hilo de un libro de Lluís Maria Todó

El idioma es libertad

Politicemos más de la cuenta y tirémonos en cara todo lo demás, pero la lengua no, por favor

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ISABEL SUCUNZA

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Hay un momento maravilloso entre todos los que Lluís Maria Todó explica en su último libro 'Gramàtica dels noms propis', publicado hace solo unos días por Club Editor. Los padres del pequeño Lluís Maria, o Luis María (da igual pero no da igual), sospechan orgullosos que ha aprendido a leer él solito, sin nadie que le enseñara las letras, cuando en realidad aquello no era realmente así. Luis María se fijaba en la escuela en la correspondencia de las letras, de los sonidos, que sus compañeros de clase mayores pronunciaban cuando los sacaban a leer a la pizarra; identificaba el sonido de la 'o', por ejemplo, con el círculo que había ahí escrito y luego buscaba más 'oes' en los libros que tenía a mano. El momento maravilloso que decía no es este sin embargo, sino esto que explicaré a continuación. (Nota: esto pasaba en los años 50, contextualización suficiente para entender que, en el cole, Luis María fuera Luis María y no Lluís Maria, y que aquello que había aprendido a leer fuera español y no catalán).

'Arriba la tardor'

Que la mente de los críos es una esponja es una afirmación tan indiscutible como que la aplicación universal de lo que aprenden llega siempre más tarde y, cuando llega, es un descubrimiento alucinante. Hasta ese momento, en la mente del pequeño Luis lo escrito era siempre español, por eso, cuando su madre le da un libro en casa el primer capítulo del cual se titula 'Arriba la tardor', el pequeño Lluís entiende 'arriba', pero ¿'la tardor'? El desconcierto del pequeño lector acaba cuando su madre le explica que eso que está leyendo es catalán, idioma que él habla a la perfección pero que aún no había descubierto que también podía escribirse. A partir de aquí toda la novela –también se le puede llamar novela a este volumen de memorias– es una sucesión de anécdotas, decisiones y situaciones que el autor se preocupa en ubicar no solo en el tiempo y en el espacio, sino también en el idioma en que se producen, que funciona como contexto natural igual que cualquiera de las otras dos variables.

No puede ser tan difícil entender que uno habla
lo que le sale, lo que ha aprendido o le conviene

Es esa naturalidad del idioma la que hace que la publicación de este libro de Todó sea una de las mejores cosas que nos han podido pasar en estos tiempos de politización extrema. Y ya sé que es absurdo intentar imaginar un tiempo no politizado, pero sí es cierto que hay temporadas en que estos temas nos ocupan bastante menos espacio en la cabeza.

Todó en su libro salva el idioma si no de la manipulación política que ejerce sobre este el poder (si lo salvara de eso sería un escritor de ciencia ficción directamente), sí de la prolongación posterior de esta manipulación; la que parece que nos empeñamos en hacer o no podemos evitar seguir haciendo después los ciudadanos de a pie. No he contado apenas personajes en el libro de Todó que hablen el idioma que hablan por una bandera, por una inclinación política. Al contrario: es la lengua la que ocupa un lugar dentro de la persona y no la persona quien, por la lengua, se posiciona o mete a los demás irremisiblemente dentro de una casillita política dentro de la sociedad.

Estigmatizar un idioma

Leer ahora mismo una aproximación tan limpia al idioma (al español, al catalán y al francés, en el caso de este libro) es un alivio, un descanso en medio de tanta crispación que muchas veces parece querérselo llevar por delante. Repasemos cosas que han pasado en las últimas semanas: periodistas que se marchan de ruedas de prensa porque la primera frase que sale de la boca de quien habla es en un idioma y no en otro, reproches vía Twitter por dar datos importantes en un idioma que no es el mayoritario, discusiones eternas con gente que se empeña en demostrarte que tal idioma está ahora marginado aquí y que parecen querer ignorar que tal otro, antes, estuvo ignorado allá… Y es que estigmatizar un idioma es cargarse directamente una libertad; que se lo pregunten a Agota Kristof, otra gran escritora sobre el tema, que quiso cambiar el suyo propio para romper con todo lo anterior; que se lo pregunten a Joan Sales, a Mercè Rodoreda, que se llevaron el suyo al exilio para preservarlo desde allá cuando aquí ya parecía directamente imposible de preservar. O que se lo pregunten a cualquier rojo emigrado a Alemania a trabajar.

No puede ser tan difícil entender que uno habla lo que le sale, lo que ha aprendido, lo que le conviene en ese momento o lo que quiere ser directamente; igual que hace Todó en París porque quiere ser francés.

Politicemos más de la cuenta y tirémonos en cara todo lo demás, pero el idioma no, por favor, el idioma no.