dos miradas
Ideas sin casa
«Apoyo a los niños con cáncer»,«El català a l'escola ara i sempre!»,«Stop a la violencia de género»,«Motius per donar la talla»… La red acoge un sinfín de pequeños movimientos que son capaces de movilizar a miles de personas por causas pequeñas. Un magma en constante ebullición de partículas inconexas, pero que sirven para canalizar la indignación o la solidaridad de los ciudadanos. Son la constatación de que la pasividad no ha ganado la batalla y de que el ser humano sigue alistándose a las guerras justas.
De ese mismo germen nacieron los partidos políticos y los sindicatos, agrupaciones que con la fuerza de la unión querían hacerse oír y convertir el mundo en un lugar mejor. Hoy, esas voces suenan a cantinela sin pasión. Como un te quiero pronunciado con hastío. Más que atracción, los partidos dan ganas de salir corriendo. Y hay la percepción enquistada de que en las siglas, sean las que sean, se enreda un conglomerado de intereses y ambición. Como si en la legítima batalla por el poder -interno y externo- se hubieran acabado olvidando de los motivos de la lucha. En el decálogo de algunos partidos se encuentra la misma esencia de las causas que movilizan a los ciudadanos, pero la desconexión entre unos y otros es total. Como si las ideas se hubieran independizado de casa de sus padres. El problema es que ahora vagan por la calle sin un lugar común de reunión.
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