Ideología y corrupción
Vincular determinadas ideas con determinadas conductas acostumbra a convertirse en un bumerán
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
¿Tiene ideología la corrupción? No es una pregunta fácil de responder. En caso afirmativo, corremos el peligro de caer en el sectarismo y medir con diferente vara a Bárcenas, Osàcar, Serra o Griñán. Si la respuesta es negativa caemos en el cinismo que pretende convencernos de que nada cambiará por más esfuerzos que se hagan. El asunto es especialmente candente en Catalunya donde la corrupción es una arma arrojadiza en los monólogos sobre la independencia. Los argumentos de la revuelta de las sonrisas a favor de la creación de un nuevo Estado libre de corrupción son ahora un bumerán contra el proceso cuando aflora, por fin, la trama del 3 o del 4%. Una visión exagerada por el zoom de la ucronía pero real como la vida misma. La verdad es que si alguien pensó que enfrentándose al Estado se libraría de la condena judicial no merece seguir dirigiendo ni su escalera de vecinos. Más bien el sentir de muchos independentistas es el contrario, ha sido la deriva soberanista la que finalmente ha despojado a los corruptos de la protección de un Estado que hizo la vista gorda mientras no plantearon la ruptura. Argumentos a favor de perseverar antes de que para abandonar.
La manera de resolver el vínculo entre ideología y corrupción es, sin duda, un nudo gordiano de las democracias frente a los populismos. El bipartidismo del turno ha tenido uno de sus puntales en la identificación del adversario con la corrupción. Pasó durante la caída de Felipe González, durante la agonía de Pujol o durante la primera legislatura de Rajoy. La novedad es que la crisis se llevó por delante esa lógica y cada nuevo caso de corrupción se ha transformado en un punto más de debilidad de quienes han gobernado con independencia de que hayan tenido más o menos corrupción. Ciudadanos, Podemos y la CUP coinciden en denunciar la existencia de tramas de corrupción instaladas en el interior de los partidos para hacer revivir ideologías que quedaron más que superadas tras la caída del muro de Berlín, a uno y otra lado del telón. Curioso, como mínimo, que hablen de tramas quienes construyen sus liderazgos desde las adhesiones personales y las obediencias ciegas. La corrupción quizás no es transversal pero la condición humana sin duda que lo es.
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