El legado de un pensador clave del siglo XX

Ideas bajo sospecha

La adscripción al nazismo de Heidegger induce a poner en duda el compromiso moral del filósofo

ALBERT GARRIDO

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La lectura de los 'Cuadernos negros' del filósofo alemán Martin Heidegger, de los que ahora se publica en España el primer volumen, induce a reflexionar sobre la separación entre el autor y su obra, entre sus actitudes y actividades públicas y su trabajo académico. ¿Cómo es posible que la mente esclarecida de la que salió 'Ser y tiempo' fuese la misma que abrazó la causa nazi? ¿Cómo es posible que el gran indagador fuese capaz, a la vez, de sumergirse en el vertedero ideológico proclamado por los peores hijos de la cultura alemana? Quizá lo menos que quepa decir del vínculo de Heidegger con el nazismo es que fue, en gran medida, un gesto de oportunismo rastrero (obtuvo el rectorado de la Universidad de Friburgo en 1933, al poco tiempo de que Adolf Hitler ocupara la cancillería). O quizá no, o acaso en los 12 años de militancia en el partido nazi, hasta la derrota de Alemania en 1945, en su antisemitismo más o menos explícito, alentó la convicción de que en manos del nacionalsocialismo estaba la salvación de Alemania. Su declaración en el momento de afiliarse al partido resulta aún hoy inquietante: «Soy de ascendencia alemana y estoy libre de sangre judía o de color». La frase es más propia de Alfred Rosenberg, el siniestro ideólogo del nazismo, que del profesor ocupado en responder a las grandes preguntas de siempre.

Lo que sorprende en Heidegger no es la singularidad de su caso -la historia abunda en cabezas notables que se sumaron a las peores causas-, sino la insensibilidad con la que enfrentó la realidad nazi. Así, mientras él no dudaba en recortarse el bigote a lo Führer -algo más que la adscripción a una moda- y en fijar una oscura diferencia entre «nacionalsocialismo vulgar» y «nacionalsocialismo espiritual», como si el segundo pudiera redimir la vesania del primero, el anciano Sigmund Freud se exiliaba en Londres después del Anschluss (anexión de Austria por Alemania), Thomas Mann leía el 'Quijote' rumbo a EEUU -otro exilio- y el antisemitismo colonizaba el mundo académico y condenaba bibliotecas a la hoguera.

FRASES HERMÉTICAS

No hay en el legado político del filósofo entre 1933 y 1945 una sola línea orientada a criticar nítidamente al Tercer Reich y su ideología extraviada, y sí frases herméticas sujetas a interpretación. Y, siendo este el escenario, surge la gran duda: ¿acaso los méritos de una obra, la de Heidegger o la de cualquier otro, pueden aquilatarse sin tener en cuenta la biografía del autor?

Frente al ejemplo de bastantes, que se acogieron a pensamientos totalitarios de variada procedencia, pero afrontaron la autocrítica sin reservas, Heidegger encaró el futuro en la posguerra sin someter a crítica o análisis el pasado, su pasado. La filosofía fue su refugio para no dar explicaciones, pero resulta muy difícil aceptar que su tarea profesional no estuvo para siempre contaminada por su adscripción a la más lóbrega versión de la cultura alemana. Con la memoria puesta en los millones de víctimas del nazismo sería profundamente injusto aceptar sin más que la militancia de Heidegger fue algo amortizado, remediado por su obra, por su legado académico, solo porque Heidegger fue quien fue.

Otros, en otros lugares, bajo otras circunstancias no especialmente favorables, optaron por caminos muy diferentes. Así Dionisio Ridruejo en España, que sometió a completa revisión sus antecedentes falangistas, su adscripción al franquismo primigenio, para volver la vista hacia la democracia y los derechos humanos. En el gesto de Ridruejo y de otros hubo un poso de honradez intelectual y de valentía personal que permite dudar de que, mediante el silencio, sea posible reparar el daño causado, siquiera sea en el campo de las ideas. Ridruejo pesa mucho menos que Heidegger en la báscula de la historia del pensamiento, pero puede que pese más en la del compromiso ético.

Por eso es perturbadora la lectura de algunos pasajes de los 'Cuadernos negros', cuya publicación en Alemania invocó por enésima vez viejos demonios familiares. Los mismos que ocuparon las salas de estar cuando se emitió en el 2013 la teleserie 'Hijos del Tercer Reich'; los mismos que cruzan las páginas de 'El tambor de hojalata' (1959), de Günter Grass, quien, a su vez, reconoció en 'Pelando la cebolla' (2007) que con 17 años perteneció a las Waffen-SS. Con la diferencia de que así como la reconstrucción crítica del pasado opera como un mecanismo liberador, soslayarlo, no quererse referir a él, impide superarlo. Como sostuvo Hannah Arendt, joven estudiante judía enamorada de Heidegger mediados los años 20, «en la medida en que realmente pueda llegarse a superar el pasado, esa superación consistiría en narrar lo que sucedió». De lo que se infiere que si no hay relato, no hay forma de ahuyentar las miserias heredadas del ayer; el autor y su obra quedan bajo sospecha.