LA CLAVE

Humanos ante las tragedias

JOAN MANUEL PERDIGÓ

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La tragedia del Airbus 320 nos deja aturdidos, sobrecogidos, incapaces de hallar respuestas a esa pérdida absurda de 150 vidas, sin relación con nosotros pero que durante unos intensos días se convierten en parte de nosotros y generan una irrefrenable empatía. Nos ocurre a los ciudadanos de a pie -descerebrados de Twitter al margen- y les ocurre a los políticos. Sorprende la colaboración sin fisuras entre las administraciones central y catalana, soslayando años de incomunicación. Ver las caras de Sáenz de Santamaría, Rajoy Mas al referirse al otro sin esa mueca de desdén o hastío habituales, o el avión en que viaja el presidente del Gobierno recoger en Barcelona al de la Generalitat, tiene algo que nos acaba pareciendo contranatura. La tragedia ha abierto un paréntesis en el estado de confrontación permanente en que nos hemos instalado.

Si mañana Grecia sufriera una catástrofe natural, la UE no dudaría un instante en volcarse en ayuda humanitaria y económica hacia un país que ya debe lo indecible y que apenas puede sostener un Estado. Todos seríamos entonces griegos. Hemos sido japoneses con Fukushima, y haitianos tras el terremoto que planchó un país ya planchado, y que hemos vuelto a olvidar.

Impotencia

Muchas veces, ese vínculo de solidaridad, de angustia compartida traspasa geografías y lógicas políticas, impulsado por mecanismos que nos hacen partícipes de determinados dramas, mientras otras veces adolecemos de falta de sensibilidad para sumergirnos en ellos o de firmeza para reclamar, como ciudadanos de países democráticos que somos, que nuestros estados se impliquen en esas causas. Ahí están las hambrunas africanas las epidemias de ébola combatidas casi en solitario por oenegés impotentes. El dolor sincero por la madre que llega exhausta a nuestras costas con un bebé en brazos es incapaz de impedir las causas de la trágica aventura. Decididamente, nuestra especie, la del Homo sapiens, que desarrolla la cooperación como nadie desde hace más de 100.000 años gracias a la inteligencia, demuestra que, pese a todo, aún le queda un largo camino por recorrer.